Hasta no hace mucho en El Salvador la entrada a algunos barrios estaba vetada, controlados por pandillas o 'maras' que imponían su ley. Pero llegó el régimen de excepción impuesto hace casi dos años por el presidente Nayib Bukele, que opta este domingo a la reelección, y de un golpe acabó con la violencia, al tiempo que entre la población se disparaba el "temor" a las fuerzas de seguridad por sus detenciones arbitrarias.
Las "fronteras" en algunas comunidades delimitaban el área de control de diferentes pandillas. En la colonia Valle del Sol, cercana a la capital, la Mara Máquina, la Mara Salvatrucha (MS) y el Barrio 18 se repartían el territorio, con diferentes periodos de dominio en zonas muy acotadas.
"Todo esto era frontera, todo esto era violencia", explica el periodista comunitario Víctor Barahona, que vive desde hace más de tres décadas en Valle del Sol. Estos son "los lugares donde más balaceras había", incluso "tengo amigos que aquí los balearon" en fuego cruzado.
Cuesta imaginarse ese tranquilo lugar dominado por pandilleros de rostro tatuado. Apenas circulan vehículos, es silencioso, limpio, con fachadas de vivos colores.
No hay que remontarse mucho tiempo, hasta 2015, para que El Salvador fuera considerado uno de los países más violentos del mundo, con 103 homicidios registrados por cada 100.000 habitantes. Un dato que ha ido cayendo hasta los 2,4 de 2023, convirtiendo al país en el más seguro de Latinoamérica, de acuerdo con el Gobierno.
"En lo que va del 2024, El Salvador tiene ya la tasa de homicidios más baja de todo el hemisferio occidental. De continuar la tendencia, la tasa de homicidios sería de 1,6 por cada 100.000 habitantes", aseguraba Bukele recientemente en la red social X, reforzando su candidatura electoral.
La popularidad de Bukele es innegable y se espera que arrase este domingo con más del 80 % de los votos, pero cada vez son más las voces que advierten, sin levantar mucho la voz, de las fracturas de la medida con sus arrestos masivos.
"Estuve al borde de la muerte, estoy aquí porque siempre he tenido fe en que Dios me iba a sacar, y aquí estoy, dando testimonio de lo que se vive en esos lugares. Vimos mucha gente fallecer por falta de medicina, por garrote de los custodios, prácticamente no te daban medicina en esos lugares a pesar de que podías padecer de hipertensión, diabetes, cualquier enfermedad crónica", explica Barahona, que pasó 11 meses y 12 días en prisión, y achaca su captura a su labor como periodista.
Dormían en el suelo, en celdas al doble de su capacidad, con un vaso de "agua sucia" para pasar el día y "porcioncitas pequeñas" de comida. Barahona es un hombre fornido, no era así cuando salió del penal. "Yo perdí 80 libras en ese lugar, puedes ver mi cuerpo lleno de cicatrices y así es todo mi cuerpo, así estábamos todos".