Mazarine Pingeot Miterrand es la hija extramatrimonial del expresidente francés Francois Miterrand. Mazarine fue reconocida por su padre en 1984. Su existencia fue revelada en 1994 por unas fotos convenientemente filtradas por Miterrand, sólo cuando el cáncer que lo aquejaba le hizo prever sus exequias. La nena tenía ya veinte años.
Mazarine es un nombre singular, incluso para una aviñonesa moderna. Google delata que alude al particular color azul de las alas de una mariposa, pero que comenzó a usarse en homenaje al cardenal Mazarino, el prelado del siglo XVII, educado por los jesuitas.
Francois Miterrand era un socialista de ideas asentadas, aunque no dejaba, dice uno de sus biógrafos, que ningún “ismo” le dictara qué pensar. Por el contrario, tenía como libro de cabecera el Breviario para políticos del cardenal Mazarino. A este lo conocemos mejor no por sus biografías, sino por la novela de Dumas Veinte años después, como afirma Umberto Eco en su prefacio a una de las ediciones del Breviario. Eco ignoraba si este es de autoría de Mazarino, es una selección de sus dichos o bien es apócrifo, aunque lo retrate a la perfección.
Como hijo del barroco italiano, Mazarino es maestro en la simulación. Quien repase su librito, no obstante, no se tornará por eso en un ducho del poder porque, ay, para Umberto Eco los políticos ya traen en sus reflejos —sin conocer a Mazarino, la espeluznante mayoría— la astucia y artes que el cardenal desgrana.
El Breviario para políticos debe recorrerse, entonces, sin la esperanza de que quien no tenga ya los artificios en la sangre pueda adquirirlos en el estudio de este pequeño volumen. Por otra parte, como los políticos y los libros raramente se atraen, tampoco es posible sugerirle sino a una ínfima crema que perfeccione sus maneras con el gran cardenal.
Como indicio de que la tesis de Eco no es mendaz, en España Pérez Reverte decía hace poco, a propósito de Pedro Sánchez: “Es un pistolero de la política, un asesino, un tipo que no repara en nada. No ha leído un libro en su vida, estoy seguro de eso. Tiene en la sangre a Maquiavelo, tiene un instinto político extraordinario”. La referencia a Maquiavelo está como muy a la mano, pero Pérez Reverte llega a una formulación similar a la de Eco: los políticos diestros nacen y, a menudo, son adversos al riesgo bibliófilo.
Miterrand tenía como máxima la preferencia de Mazarino por la ambigüedad; nunca estar con una posición u otra, pues poner a un lado la vaguedad sólo puede resultar en tu perjuicio. Paradójicamente, el cardenal incide también en esa idea evangélica de no actuar jamás por espíritu de competición (Filipenses, 2:3). Entre otras cosas, deduzco, porque nubla el olfato y la mente, más que por virtud paulina.
Mazarino no era, por otra parte, un figurón como esos dirigentes ansiosos por la validación ajena a sus gracias. Al contrario, aunque ciertas partes del Breviario no desdeñan los honores para el que los busque, su encargo mayor es: “Deja para otros la gloria y la fama. Interésate sólo por la realidad del poder”. Entre la estelaridad o la sustancia del poder, Mazarino no anda con zonceras.
El cardenal tampoco se habría inclinado por corregir a los candidatos propensos a lucir como pavos reales. Uno de sus aforismos ensalza la prudencia de no indicarle a nadie espontáneamente cuáles son sus errores para que altere su conducta. Ese decoro se parece a la hipocresía, pero es muy útil, sostiene Mazarino.
Mientras leía eso, dudaba yo si ese decoro no es igual al de cualquier cortesano que nunca va a proferirle al jefe sus faltas, sino que más bien se especializa en masajearlo. Pero no, Mazarino era sofisticado. A los grandes uno debe dirigirse con cautela, pues, están prestos a creer que se los quiere manipular, nos advierte. Las críticas y los elogios han de ser siempre moderados.
La rutina de un político local no invita a hojear a Mazarino, lo sabemos. No vamos ya a descubrir un Miterrand criollo, pero siempre habrá quien se entretenga con estas lecciones de un cardenal como ya no los hacen.
El autor es abogado