En una conferencia de prensa en junio del presente año, el presidente Arce declaro: “Nuestro modelo económico es un modelo redistribuidor”. Está claro que para Arce esa es la finalidad de su modelo económico, su razón de ser. Habría que hacerle recuerdo al señor presidente que no se puede redistribuir el excedente si éste no existe, y éste no puede existir si no se lo produce primero; sin producción no hay redistribución.
Según Arce, el principal problema económico consiste en cómo distribuir equitativamente los frutos del esfuerzo productivo de la economía entre las empresas y los trabajadores. Su respuesta sería otorgando más recursos a los trabajadores a través de aumentos salariales los cuales son fijados por el gobierno. Esta redistribución no sólo daría lugar a una división más justa de lo producido, sino que sería la fórmula para aumentar el desarrollo y riqueza del país a través del aumento en la demanda.
No es que la distribución equitativa entre el capital y los trabajadores de lo producido por una economía no sea importante para que exista justicia social en una sociedad. Hasta podríamos decir que, excepto por aumentar la producción, la principal prioridad de una sociedad es su justa distribución. Cuanto más pobre es un país más cierto es esta aseveración. En un país como Bolivia se tiene que priorizar la creación de riqueza, si no se aumenta el tamaño de la torta lo que se distribuye es la pobreza.
Estas consideraciones van al fondo de la situación en la que se encuentra el país actualmente. Repasemos la historia reciente.
Por fortuna para el MAS, su llegada al poder el 2006 coincidió casi matemáticamente con el inicio del ciclo alcista de materias primas más grande que vivió el país probablemente desde su fundación. El resultado de ese fenómeno fue que hasta el 2014 el país gozó de ingresos extraordinarios nunca antes experimentados.
Esa bonanza le permitió al gobierno del MAS disponer de un excedente que fue distribuido a la población directamente por medio de subvenciones y bonos, e indirectamente a través de un tipo de cambio sobre valorado que incentivaba el consumo de bienes importados, de gastos corrientes de un sector estatal cada vez más sobredimensionado, y de inversiones en empresas estatales deficitarias. Estas medidas aumentaron el consumo a expensas de la inversión, si bien también hubo inversión en infraestructura.
A partir del 2015 hasta el 2022 los gobiernos del MAS continuaron gastando igual que antes, sólo que ahora experimentaban déficits en la balanza comercial y fiscal, ya que el boom de materias primas había terminado ¿Cómo lo hacían? Principalmente gastando los ahorros generados durante la bonanza acumulados en las RIN.
Esa etapa terminó a principios del 2023 cuando las RIN, previsiblemente, finalmente se agotaron. Sin embargo, el gobierno porfiaba, y porfía, en actuar del mismo modo que antes, cuando gozaba, primero, de excedentes, y después, de ahorros, cuando estos ya no existen.
Al presente el gobierno ya no tiene los recursos para sufragar sus gastos. El resultado es la falta de divisas y por tanto la aparición de un mercado paralelo del dólar, déficits en la balanza comercial y fiscal que ya no se pueden sostener, inflación contenida, aunque ya no del todo, a través de subvenciones, y la probabilidad cada vez mayor que el país no pueda pagar deudas contraídas con acreedores internacionales.
¿Qué fue lo que pasó? Simplemente que el MAS se auto engañó. En el periodo de bonanza, y cuando todavía tenía el ahorro fruto de esa bonanza, creyó, y cree, que el excedente que existía fruto de esa bonanza había sido creado por su modelo. Nada más lejos de la realidad. No hay peor ciego que el que no quiere ver.
En realidad, esa bonanza no fue fruto de la capacidad productiva de la economía de Bolivia, mucho menos del modelo económico del MAS. Fue fruto de leyes aprobadas durante el gobierno de Sánchez de Lozada que dieron lugar a grandes inversiones en exploración de hidrocarburos y en consecuencia a grandes descubrimientos de yacimientos de gas, y a una circunstancia fortuita de la historia: el enorme crecimiento de la China que significó aumentos nunca antes vistos de los precios de materias primas.
La lección que nos deja la historia reciente, o más bien refuerza ya que no es ninguna novedad, es que no se puede crecer sostenidamente aumentando el consumo pasajeramente producto de un periodo en que se goza de ingresos extraordinarios que también son pasajeros. Ningún país, siendo pobre, llegó a ser rico priorizando el consumo. Todo lo contrario, lo hizo priorizando el ahorro y la inversión bajo la dirección ¿nos atrevemos a decirlo? de la mano invisible del mercado, pero también de un estado que comprendía que su rol es el de supervisar eficientemente el mercado, no suplantarlo. El último ejemplo de esta certeza es el este asiático, que de ser una de las regiones más pobres del mundo hace 60 años, ciertamente más pobre que América Latina, pasó a ser una de las más ricas.