¿En qué cabeza sana podría caber la opción de regalar a un hijo?, ojo, dije sana porque las cabezas fuera de juicio fácilmente lo hacen. Sin embargo, hoy hablo de una mente lúcida. ¿Quién está en condiciones de regalar un hijo para que muchos otros sean salvos? La respuesta es obvia: ¡nadie! yo no lo haría jamás y estoy segura que tú tampoco.
En el año 2007, y en las vísperas de Navidad, conversaba con una compañera de la universidad, Anita, una mujer linda, mucho más joven que yo, noble e inteligente. Las conversaciones con ella siempre eran reflexivas y cuestionadoras, en algunos temas hasta desafiantes. Nunca olvidaré aquella tarde. Me elogió por mi forma de ser, de pensar y de actuar, incluso halagó el rizado de mis cabellos y la expresividad de mis ojos. Sin embargo, luego de aquellos sutiles piropos, cuestionó mi inteligencia. Textualmente dijo: “Te considero una mujer muy capaz, siempre te admiré, pero no entiendo cómo puedes creer en esa historia de que alguien mandó a su hijo para que la humanidad se salvara, realmente hay que tener la inteligencia en desuso para hacerlo, sé que no es tu caso, y no quiero ofenderte, pero me cuesta entender que alguien perspicaz como tú crea en esa fábula”.
Le contesté que no sólo en ésa, también creo en la de Jonás dentro la ballena, y ni qué decir de aquel hombre que caminó sobre el mar, justamente el mismo que fue enviado por nosotros, crucificado, muerto y resucitado. Me dijo: “Debes estar bromeando”, tenemos que ser objetivos en la vida.
Me quedé pensando que, evidentemente, tengo que admitir que la Biblia relata historias muy extraordinarias y algunas suenan como titulares en algún periódico: Después de tres días en la tumba, un muerto resucita. Una gran boda se convierte en un fiestón: un carpintero convierte el agua en vino. Un Galileo camina sobre el agua. Cerdos poseídos perecen ahogados y una granja queda devastada. Con la comida de un niño, se alimentan miles de personas.
Pero no importa qué tan increíbles suenen estas historias, la gente que las escribió pretendió que sus relatos fueran entendidos como hechos y no como mitos, fábulas o cuentos. ¡Hechos!. Es más, ¿quién arriesgaría su vida por relatar un cuentito?, ¿conoces a personas que de todo corazón irían a la cárcel o se dejaran ejecutar por no negar una leyenda?, ¿quién no mandaría al psiquiátrico, si es que no hubiera habido testigos, a un narrador que asegura que con dos panes y cinco peces se alimentaron 5 mil personas?
Pablo, el apóstol e intelectual indiscutiblemente por quienes lo conocían, fue llamado “loco” por el rey Agripa y el Gobernado Festo cuando Pablo habló de la resurrección de Cristo (la Biblia dice: Diciendo él estas cosas en su defensa, Festo a gran voz dijo: Estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco. Más él dijo: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura…pues no se ha hecho esto en algún rincón -Hc. 26:24-26-).
Me quedo con sus últimas palabras, “en algún rincón”, muchísima gente veía las cosas mientras sucedía, firmaron con sangre la autenticidad de los acontecimientos, pasaron la prueba de la desacreditación y fueron reconocidos como autoridades en el tema, miles de testigos oculares.
Así como esas historias extraordinarias fueron cuestionadas en su tiempo, el regalo de Dios también lo es. Anita debatía la idea de un niño nacido con un propósito: salvar a la humanidad. Es un regalo incomprensible, sí, pero al mismo tiempo perfecto. Visible sólo para quienes, más allá de la lógica, logran ver la majestad en ese humilde pesebre palestino.
El regalo que desafía la razón
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