Hace pocos días tuve el gusto de encontrar un texto de la activista por los derechos civiles de la India, Kavita Krishnan, que arroja luces importantes sobre el discurso de la “multipolaridad” que viene siendo instrumentalizado por varios dictadores.
Krishnan es una disidente del Partido Comunista de la India, que abandonó hace un año ante la “tibia solidaridad” expresada por esa formación con Ucrania, lo que contrastaba con su postura personal, mucho más crítica hacia el expansionismo del régimen de Vladímir Putin.
En La multipolaridad, el mantra del autoritarismo, la activista dice que “sin valores democráticos añadidos, la defensa de la multipolaridad se transforma en una coartada para diversos regímenes despóticos en diferentes partes del mundo”.
Desde sus coordenadas ideológicas, Krishnan recuerda que “la multipolaridad es hoy la brújula que orienta la visión de la izquierda de las relaciones internacionales. Todas las corrientes de la izquierda, en la India y todo el mundo, abogan desde hace tiempo por un mundo multipolar, en lugar del unipolar dominado por el imperialismo estadounidense. Al mismo tiempo, la multipolaridad se ha convertido en piedra angular del lenguaje compartido de los fascismos y autoritarismos globales. Es un grito de guerra de los déspotas, que sirve para disfrazar de guerra contra el imperialismo su ofensiva contra la democracia”.
De ahí, la ensayista concluye que la izquierda “perpetúa una ficción (…) engañosa e inexacta”, que “ahora es manifiestamente peligrosa, y sirve tan sólo como instrumento narrativo y dramático en favor del prestigio de autoritarios y fascistas”.
De la cuestión de la multipolaridad como narrativa de los déspotas pasemos a la cuestión conexa: el problema del hegemón. Lo cierto es que, idealismos aparte, un mínimo ordenamiento internacional no funcionará sin algún tipo de hegemonía temporal y, como solía decir Paul Johnson, “si tiene que haber un Leviatán, es mejor que sea un Leviatán constitucional”. Johnson hablaba en sentido hobbesiano, por supuesto, con la mirada puesta en EEUU.
Al respecto, recordé el caso de Wilson Ferreira Aldunate, opositor a la dictadura del Uruguay (1973-1985), quien fue recibido por el Congreso de EEUU y a raíz de su intervención la Casa Blanca cesó la asistencia militar al régimen de facto. ¿Alguien podría imaginarse a, digamos, un disidente cubano dirigiéndose al Parlamento ruso y logrando que el Kremlin aplique sanciones al despotismo castro-canelista? ¿Suena imposible, no? Por eso: si tiene que haber un hegemón, que sea democrático y constitucional.
Mientras tanto, la verdadera multipolaridad (que no sea un simple caos de imperialismos regionales desatados) deberá irse logrando paso a paso, indisoluble de los procesos de construcción democrática.