Los angloparlantes tienen una expresión muy divertida para referirse al penoso acto de hablar de un tema incómodo, pero a todas luces evidente: “hablemos del elefante en la habitación”. Hablemos, pues, del paquidermo en cuestión.
El pueblo boliviano ha perdido, de la manera más tonta, una oportunidad de oro de ejercer la democracia directa, ciudadana, para generar un cambio profundo en la manera como se administra justicia en nuestro país.
Con algo más de la mitad de las firmas requeridas por la ley, evidentemente no alcanza para siquiera proclamar una victoria parcial, ni un empate técnico, ni siquiera un “volveremos y seremos millones”, dicho muy falsamente atribuido a Túpac Katari, por cierto.
Tampoco es útil victimizarse. Es cierto, hubo una contracampaña fuerte de parte de ambos extremos del espectro político, una prohibición expresa del aparato estatal a sus esbirros de firmar los libros bajo pena de destitución inmediata del cargo y las tradicionales acusaciones de intentos de desestabilizar, a pesar de que esto no era contra el Gobierno, pero también grandes esfuerzos por generar temor y desconfianza en la población desde grupos ultraconservadores.
En efecto, personajes innombrables de la especie de los que rezan de rodillas delante de los cuarteles para que los militares salgan a tomar el poder y que creen que Ayn Rand es el súmmum de la ética y Javier Milei el mayor genio económico de la historia, también se esforzaron mucho en hacer creer a la gente que esta era una campaña para abrir la Constitución Política del Estado, quién sabe con qué fines, que se trataba de un engaño para que “ese comunista”, Juan del Granado, formara su propio partido político (como si los libros no dijeran expresamente para qué son las firmas), o incluso, los más paranoicos, que se trataba de un registro de opositores para luego castigarlos con toda la furia masista.
Pero aquí es donde reside el famoso elefante.
Estas contracampañas tuvieron efecto porque nos las creímos.
Se nos hizo más fácil creer en las teorías de conspiración de los expertos en patrañas, que son ambos, grupos que creer en una propuesta honesta, sincera y bien intencionada de un grupo de profesionales del más alto nivel y de reputaciones ampliamente reconocidas.
¿Era una propuesta perfecta?
Probablemente no, pero era una propuesta buena, y era la única seria.
Por cierto, también vi a muchos quejarse de que no les gustaba la propuesta, a pesar de que se discutió públicamente por casi dos años, y a pesar, sobre todo, de que los quejumbrosos jamás plantearon alternativa alguna.
No firmaron muchos bolivianos porque les dio miedo.
Tan simple como eso. Les dio miedo el ejercicio de la democracia directa, el tomar responsabilidad como ciudadano, así sea solamente llenando unos datos y firmando un libro.
Los bolivianos no tenemos, entonces, a nadie más que a nosotros mismos para culpar de esta oportunidad histórica perdida.
No fue culpa del Gobierno, ni del imperio, ni de la guerra en Ucrania, ni del Grupo de Puebla, ni de la OEA, ni siquiera del propio Tribunal Supremo Electoral, a pesar de todas las trabas impuestas.
Me atrevería a afirmar que, si bien las exigencias legales para impulsar un referéndum por iniciativa popular (20% del padrón nacional, pero además distribuido a mínimo 15% del padrón de cada departamento) eran enormemente difíciles de franquear, mucho peor sin más recursos que pequeños aportes voluntarios, la tarea no era imposible. Improbable, sí, pero no imposible.
Es nuestra culpa, pues, colectiva y como nación.
Ahora, a llorar al río, los que se quejan eternamente de lo mal que les trata el sistema judicial, pero que a la hora de ponerle la firma se aferraron a interminables excusas.
No obstante, no pierdo las esperanzas. 833 mil bolivianos hemos firmado los libros.
Miles de voluntarios trabajaron en llevarlos a todos los rincones del país. Cientos hicimos abierta campaña, no por filiación política, sino por convicción. 12,5% de toda la población de este país apoya a la causa abiertamente y sin temor.
No es poca cosa.
Si esa energía puede luego transformarse en otra cosa, conducirse hacia una mayor presión por cambiar la justicia, todavía está por verse, ojalá se pueda, pero eso no es lo importante ahora.
Lo importante es que 12,5% de los habitantes de este país nos asumimos ciudadanos, y no simples espectadores de la política.
Y eso no es poca cosa.