La semana pasada, una noticia resfriada ha hecho que la extraña muerte del interventor del Banco Fassil pasara a segunda plana. Se trata de un cargamento de casi una tonelada de cocaína que fue transportado por la línea aérea estatal BoA, desde el aeropuerto internacional de Viru Viru hasta el de Barajas en Madrid, nada menos que casi cuatro meses antes.
Lo más extraño del caso es que la opinión pública, los ciudadanos, dicho sea de paso, los propietarios de la aerolínea que somos los bolivianos, nos enteramos del hecho recién ahora. ¿Qué pasó para que semejante noticia quedara entre bambalinas por tanto tiempo? ¿Se trató de ocultar algo?, ¿de borrar alguna pista? ¿Alguien afuera quiso ver cómo reaccionaban las autoridades bolivianas ante un hecho así sin la presión de la prensa?
Digo que eso es lo más extraño del caso, porque el que cocaína salga de Bolivia no es algo que deba llamarnos la atención, sucede todos los días, y aunque no se puede saber con exactitud cuánta cocaína nuestro país produce, cuánta deja pasar por su territorio, y cuánta exporta, lo cierto es que media tonelada de la blanca es porcentualmente una cantidad pequeña.
Por supuesto que este caso es muy particular porque pone en entredicho todos los controles del aeropuerto más importante del país, de la línea aérea más grande, y por ser esta estatal, del Estado mismo. Interpela en grande.
Aquí se puede ver un tráfico hecho casi de manera elegante, no con sicarios que cuidan de una mercadería valiosa vadeando ríos en una frontera desconocida, ni de pobres tragones y tragonas, arriesgando su vida por engullir unos cuantos cientos de gramos, ni de ingenuos ingeniosos tratando de ocultar un poco de droga en los dobles fondos de sus maletas. Esta vez, (¿solo esta vez?), la cosa se hizo en grande.
Pero en realidad no nos debe sorprender la cantidad de cocaína transportada y luego secuestrada por las autoridades españolas, se estima que son más de 300 toneladas de cocaína las que se producen en nuestro país.
Y claro ahí va el asunto, lo cierto es que más allá de que hay una buena parte de la población que jamás ha visto una pizca de ese polvito blanco, y que no tiene que ver directamente en absoluto con el narcotráfico, sí tiene una postura bastante laxa al respecto.
Pienso en nuestra vida pública. En 2005, al 53% de la población no le importó que el candidato que ganó las elecciones con ese porcentaje fuera el presidente de la asociación de productores de materia prima para producir cocaína.
En las siguientes elecciones, el asunto fue peor, más del 60 % no objetó, en 2019, independientemente del fraude que ahora se quiere ocultar, igual Morales obtuvo más de un 40% de los votos, y seguía ostentando el poco honorable título de secretario general de las seis federaciones de productores de coca del trópico cochabambino.
Así es señores, a la mayoría de los bolivianos el tema de la cocaína les tiene sin cuidado, eso lo han ratificado en cada elección, si no hubieran pedido al más popular de los políticos de los últimos tiempos que se aleje de ese espacio tan dudoso. Mas allá de que él no hubiera estado jamás involucrado directamente en el tráfico de drogas.
No olvidemos, que el “secretario general” de marras sigue siendo el jefe del partido de gobierno de este país, aunque ahora esté embarrado en una vergonzosa pugna interna.
La vida pública, la vida económica de nuestro país está tremendamente contaminada por el narcotráfico, eso lo sabemos, tal vez hasta simbólicamente lo tengamos registrado (me refiero a los cuadraditos blancos de la bella wiphala), y de eso no podemos sentirnos orgullosos.
Paradójicamente, la única esperanza que verdaderamente podríamos tener para que esto cambie es la legalización del comercio y consumo de la cocaína, algo que seguramente no sucederá no solo por la pacatería mundial, sino por el increíble negocio que significa su prohibición.