El pasado 6 de junio, el Banco Mundial (BM) en sus Perspectivas económicas mundiales ha reajustado sus proyecciones de crecimiento económico para los países tanto desarrollados como en vías de desarrollo. En el caso de nuestra región, América Latina y el Caribe, ha establecido que se desacelerará a un 1,5% para esta gestión. Las potencias como Brasil y México crecerán en no más del 2,5%, Argentina se contraerá en un 2%. Sudamérica apenas tendrá un crecimiento del 0,8%, y Guyana, de lejos, tendrá el mayor crecimiento económico del subcontinente, con un 25,2%.
En el caso de Bolivia, el BM bajó su proyección para este año de 2,7%, según el informe de abril, a 2,5%, cifra lejana del 4,86% proyectado por el gobierno nacional; inclusive las perspectivas para nuestro país indican que en 2024 y 2025 tendremos un crecimiento del 2% para ambas gestiones, lo cual, si bien no indica que entraremos nuevamente en un proceso recesivo, al menos evidencia la desaceleración de nuestra economía.
Este fenómeno en realidad no comenzó recientemente ni porque al BM se le ocurrió dar un informe poco alentador sobre la economía de Bolivia. La historia se inició —o al menos tuvo su punto de quiebre— en 2014. Ese año, como todos ya sabemos, nuestra economía comenzó con el proceso de contracción de su producto interno bruto (PIB), que para ese año fue del 5,46%, y fue descendiendo poco a poco hasta 2019 con una cifra de 2,22%. En 2020, año trágico por la pandemia, nuestro PIB real llegó a una cifra nunca vista, ni en los años 80, de -8,74%, posteriormente, en 2021, crecimos de manera extraordinaria al 6,11%, una recuperación tanto estadística y natural de una economía local y mundial que tenía que gastar y consumir más para salir de la crisis de la Covid.
Otro dato, que considero importante aclarar para evitar exitismos, es que, según los últimos datos del BM, Bolivia alcanzaría, si es que se cumplen las proyecciones, el cuarto lugar en crecimiento económico de Sudamérica, después de Guyana, Paraguay y Ecuador. En el contexto de toda América Latina y el Caribe, nuestra posición cae drásticamente al puesto número 16.
Además, hay que aclarar que esto de las cifras de crecimiento debe ser tomado con pinzas y analizado con lupa, ya que cada contexto nacional es muy particular y sus características son distintas del resto. Así, el 25,2% de crecimiento de Guyana, y el 1,2 de Brasil no hacen de aquel país una potencia ni significan que este tenga su economía deprimida. Si llevamos esto a términos absolutos, el PIB de la verde amarelo llegó en 2022 a 1,92 billones de dólares y el de Guyana, a 14.520 millones, hagamos cuentas, fin de la discusión.
¿A qué se debe este menor crecimiento proyectado para Bolivia? En realidad, es una tendencia para la mayoría de los países del mundo, ya que aún no hubo una recuperación económica total nominal, pero, sobre todo, cualitativa de los niveles previos a la pandemia, es decir, aún estamos sufriendo las secuelas de la misma.
Las economías del primer mundo están viviendo todavía un proceso inflacionario, lo cual implica políticas monetarias restrictivas, es decir, elevación casi continua de sus tipos de interés, lo cual encarece el dinero, los créditos y los financiamientos, es decir, limita la inversión y el gasto, por ende, se desacelera la economía y así se controla la inflación. Si a esto le sumamos la inestabilidad de los mercados internacionales por la guerra en Ucrania, la situación se complica.
Todo lo anterior sin duda afecta y afectará a Bolivia, una economía tomadora de precios y muy dependiente del contexto internacional, ya que tiene un modelo primario exportador basado principalmente en la venta de materias primas.
Esto lo corrobora el Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE) al indicar que, entre enero y marzo de 2023, las exportaciones tradicionales (minerales e hidrocarburos) representaron el 79% del valor de nuestras exportaciones al resto del mundo.
Los factores internos igualmente tienen mucho peso para frenar nuestro crecimiento económico presente y futuro, principalmente por la caída de nuestras reservas internacionales netas (RIN), en un 77%, desde 2014 hasta la fecha, sobre todo por el elevado gasto público, tipo de cambio fijo, subvenciones ineficientes y la importación cara de carburantes que, hasta abril, nos significó 1.007,5 millones de dólares.
Todo eso —más la implementación, por el Banco Central de Bolivia, de políticas monetarias poco acertadas— derivó en que este año exista una escasez patente de dólares en el país, sobre todo, en el sistema financiero nacional.
Esto, fortaleció el mercado paralelo, generó incertidumbre, incrementó la especulación y encareció la compra de esta divisa, trayendo un desequilibrio en la economía nacional.
Un país que no tiene la cantidad suficiente y oportuna de divisas para sus diferentes agentes económicos, ya sean para sus transacciones comerciales o financieras, internas y externas, tendrá menos posibilidades de crecimiento económico y un mayor costo de oportunidad.