A 11 días de las elecciones, Martha Ovario sintió que el espinazo se le desmoronaba, el estremecimiento que la devoraba tenía nombre y razón, causa y circunstancia, y miedo y justificación: Ecuador se derrumbaba bajo el peso de un asesinato.
Aquel día, en algún lugar de Quito, el candidato presidencial Fernando Villavicencio moría con la cabeza destrozada por una lluvia de proyectiles.
—¡Pero qué nos pasa! —sollozó la mujer.
Su marido, Energúmeno Rapaz, político de cepa y un conocido corrupto hecho a la medida del poder, se espantó.
—¿Qué te pasa mujer? —preguntó alarmado, y su esposa le mostró los mil y un videos que circulaban en las redes sociales mostrando las escenas del dolor y los sonidos de la desgracia.
Para ella, Ecuador era un país hermano, estaba en el mismo continente y hablaba el idioma impuesto por la cristiandad y que era el lazo común de unidad de los pueblos.
Energúmeno Rapaz recuperó la calma, se acomodó el peluquín y se puso el saco de casimir inglés.
—No es para tanto —afirmó—, seguramente debió decir algo demás. En este oficio hay que tener cuidado hasta con la forma en la que se respira.
Martha Ovario no le entendió, así como nunca comprendió qué hacía su marido en sus eternas reuniones en pro del país, o en sus prolongadas letanías sentado en su curul.
Lo que sí sabía y comprendía a cabalidad era que nada justificaba que alguien muera a costa de las mafias de la corrupción y la violencia.
Sin siquiera dudarlo, la mujer le preguntó a su marido:
—¿Tú matarías por poder?
Energúmeno Rapaz se incomodó.
Él sabía que no llegaría al extremo de matar por poder, pero también estaba consciente de que los delincuentes de cuello blanco, los narcotraficantes de moda y las mafias del mal vivir, sí lo harían.
Él sabía que, en las altas esferas parlamentarias de la legislación, no era raro acudir a métodos poco ortodoxos para obtener el silencio cómplice o la conducta necesaria.
El político guardó silencio, y sería lo último que haría aquel día antes de que su mujer, notando en ese silencio la verdadera naturaleza de su marido, salga de su casa para nunca más volver.