Hemos celebrado los 198 años de fundación de la República de Bolivia y nos encaminamos hacía la conmemoración de su nuestro bicentenario de vida independiente. Sin embargo, no lo parece, con excepción de alguna mención retórica en algunos discursos, no existe un proyecto para esperar la celebración de los 200 años de Bolivia con una visión clara sobre el país que anhelamos, la integración de la nación boliviana o el progreso que necesitamos. Peor aún, no tenemos un proyecto compartido de país para el siglo XXI y corremos el riesgo de perder también esta centuria.
Al final esta es la pregunta de fondo, más allá de las tradicionales manifestaciones patrióticas que escuchamos durante las celebraciones cívicas de agosto. Cuando celebremos el Bicentenario ya habrán transcurrido 25 años del siglo XXI, en el cual el mundo avanza entre una seguidilla de cisnes negros, como la pandemia y la invasión de Rusia a Ucrania, al mismo tiempo que una ola asombrosa de avances tecnológicos marca nuevos desafíos para las naciones, una época en la cual la inteligencia artificial multiplicará las exigencias en materia de educación y de competitividad para generar oportunidades para las personas y para las sociedades.
Tenemos grandes desafíos por delante. Construir una sociedad de personas libres, con sus derechos fundamentales resguardados por una democracia plena que les garantice el vivir sin temor sobre sus vidas, sus libertades y sus propiedades, es la base para construir una sociedad con movilidad social y oportunidades para superar la pobreza y ofrecer prosperidad.
Esto no será posible si no logramos desarrollar una institucionalidad estatal sujeta al Estado de derecho que limite el poder de quienes gobiernan, garantizando la alternancia en el poder y, de esta forma, asegure la rendición de cuentas de las autoridades, puesto que lo que único que resguarda el temor de los poderosos a la ciudadanía, es el sistema que preserva el carácter temporal y pasajero del Gobierno.
Esto solo será posible con una justicia independiente, que ofrezca a los ciudadanos tribunales sujetos sólo a la ley y libres del control político, para que las controversias entre los ciudadanos y el Estado y entre los mismos ciudadanos, sean procesadas sin interferencias políticas, estableciendo los límites al abuso de poder y a la corrupción del poder público.
Integrar la nación boliviana, es uno de los grandes desafíos pendientes. Llevamos dos siglos de frustraciones en los cuales el centralismo ha inviabilizado la unidad basada en el reconocimiento de nuestra diversidad, de nuestras diferencias culturales, étnicas y geográficas, provocando que gran parte del país se esté vaciando desde lo rural a lo urbano, y desde el occidente hacia al oriente. El sabotaje legislativo a las autonomías ha profundizado la división y el desarraigo nacional. El siglo XXI debe encontrar una fórmula de unidad que combine el Estado autonómico con el federalismo, pues el centralismo se ha convertido en un gran factor de desintegración.
Una mentalidad nacional basada en el extractivismo y el aislacionismo, desprecia y anula la creatividad, la iniciativa y el talento de nuestro pueblo, y apuesta por una Bolivia que se dedica a explotar recursos naturales no renovables y a exportar gente, poniendo trabas a los emprendedores y productores quienes, a pesar de todas las barreras que impone la burocracia, el costo que significa la corrupción y los límites que determina la inseguridad jurídica, logran salir adelante e incluso competir en el mundo. Lo que nunca contabilizamos es cuánta más economía, producción y exportaciones podríamos generar si apoyáramos la iniciativa privada y le diéramos la libertad que necesita para desarrollar nuevos proyectos y crear empleos sostenibles.
Para todo ello, para la democracia, para la construcción de la institucionalidad estatal, para la integración nacional, para el progreso económico y social, para la sostenibilidad de nuestro modelo de desarrollo, necesitamos un modelo educativo humanista propio del siglo XXI que forme a los jóvenes para el futuro y los libere de los odios y resentimientos del pasado.
Prepararse para el Bicentenario nos exige trabajar para ganar lo que queda del siglo XXI con una agenda de desarrollo acorde con una nación que se encuentra y reencuentra en el respeto a su pluralidad y en el reconocimiento a sus aspiraciones compartidas de oportunidades y prosperidad.
El autor ha sido senador y ministro de Estado