La universidad donde trabajo está frente a un colegio secundario en el cual la “banda de guerra” ha venido ensayando melodías en ritmo marcial, marchas o no. En el patio y a lo largo de las calles circundantes, una y otra vez. Para mi mal, el aula destinada a una de mis clases estaba muy cerca al ruido, quedando inviabilizado el proceso de enseñanza–aprendizaje, así que me vi en la necesidad de gestionar cambiarla para recuperar un espacio compatible con mi trabajo.
¿A qué se debió esa interferencia? En este caso, a los preparativos para el desfile del “día del mar”, recordado sin falta con varios actos oficiales los 23 de marzos de cada año, adelantado este 2024 para el 21. “Día del mar”. Motivo suficiente para una reflexión desde los datos históricos, con base jurídica y, especialmente, en ejercicio de mi libertad.
La salida al océano Pacífico del territorio hoy Bolivia siempre fue Arica, pues el que vino a denominarse Departamento del Litoral a la fundación de la República reunía varias y grandes desventajas: muy lejos de los centros poblados y productivos del país, la topografía de la ruta hasta allá era en extremo irregular y las condiciones del clima de la zona costera poco favorables para la instalación y funcionamiento de puerto alguno, siendo frecuentes desastres naturales de magnitud considerable. Ello explica que la región fuera despoblada.
Datos importantes para un balance objetivo y sereno de un hecho cuya interpretación oficial derivó en un golpe demoledor sobre nuestra autoestima desde finales del siglo XIX, tan brutal que nos dejó abatidos, sumidos en tal dejadez que persistimos en desoír a quienes desde Santa Cruz propusieron tempranamente una alternativa para conectarnos al Atlántico por el río Paraguay, como recuerda la nota “La salida al océano por el oriente es una propuesta de Santa Cruz desde 1825” publicada el 23 de marzo de 2019 en “El Deber”, y perdimos la oportunidad de llegar al Pacífico por Ilo cuando en 1992 Jaime Paz Zamora y Alberto Fujimori firmaron el “Convenio de Amistad, Cooperación e Integración “Mariscal Andrés de Santa Cruz”. Si se tratara de un individuo y no de un país, podría decirse con propiedad que esa pérdida le sumió en un estado invencible de profunda depresión, echándolo para siempre en el hoyo del desaliento y la pasividad, como es natural tratándose de un ser derrotado y despojado de lo suyo, a las malas y a las buenas, no por primera vez, sino reiteradamente.
En síntesis, fuimos convencidos de ser débiles e incapaces de defendernos. Llega a tanto el daño moral que en muchas reparticiones públicas —oficinas de la administración, establecimientos educativos e incluso castrenses— el mapa de las pérdidas territoriales es exhibido cual una medalla al mérito. Tal vez por eso haya muchos que admiren a delincuentes e impostores y, en paralelo, odien a las personas de bien. Habría que estudiarlo.
Perdimos el Litoral. Sí. En una guerra injusta, abusiva y desigual. Sí. Por intereses ajenos. Sí. Hubo complicidad de connacionales con el enemigo. Sí. Hubo dejadez de las autoridades gubernamentales de esos tiempos. Sí. Faltó solidaridad y lealtad de otros países vecinos para con nosotros. Sí. Con ratificación del Tratado de 1904. Sí. Con otra ratificación contundente e irreversible, equivalente a tirar la última llave del candado en el hoyo del averno: el descabellado, audaz, insensato, oneroso e irresponsable proceso ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya inventado para la perpetuación en el poder del transgresor de la CPE y el referéndum y, quien sabe, de paso, favorecer los negocios de emprendedores de línea blanca a quienes se les complica mucho la vida por la mediterraneidad del lugar donde se cumplen los eslabones de la cadena productiva precedente a la comercialización y distribución. Sí. Perdimos el Litoral.
Lo que no perdimos, si queremos, son las posibilidades de hacer grande al país a condición de asumir con honor las consecuencias del pasado, superando el victimismo y ese mar que amenaza ahogarnos desde 2006, el de ignorancia, abuso, corrupción, crimen, depredación ambiental, violencia y mentira. A condición de reponer la democracia y el estado de derecho, de rescatar a la República fundada en 1825 y entonces tumbar los muros que se oponen a su mejor destino.
En esa dirección hay dos líneas de ejecución inmediata: 1) La de la hermandad hispanoamericana que me presentó en la hora cívica del 23 de marzo de 2004 el profesor multigrado de la escuela de Estación Avaroa, última en camino a Chile, a la que asistí siendo prefecta de Potosí. Después de cantar los himnos e izar la tricolor junto a los nueve estudiantes, en alocución pronunciada en perfecto español con acento chileno, él agradeció mi visita y la ayuda que reciben del hermano país de Chile cuando se les presenta alguna necesidad importante. Claro como el agua. 2) La de la asignación del mismo tiempo que a tocar trompetas y tambores a la lectoescritura y la aritmética a los estudiantes… y a algunos profesores también.