La temporada de otoño coincide con la caída de algunas hojas políticas. La del presidente Luis Arce, por ejemplo, que, de acuerdo con la mayoría de las encuestas, las privadas y las públicas, ha experimentado una acelerada disminución de su aprobación y una caída también muy significativa en la intención del voto.
Como van las cosas, el mandatario ve alejarse la posibilidad de una reelección e incluso la de ser quien encabece la fórmula de su partido para los comicios de 2025.
El árbol del poder se estremeció en los últimos días y algunos personajes, como el portavoz presidencial, Jorge Richter, dejaron lentamente y por etapas las ramas de un entorno presidencial en crisis.
Richter dejó sembradas varias columnas, críticas y recomendaciones en el camino, confirmando que cuando las cosas van mal fuera, los problemas también se agravan dentro.
Arce sigue en la silla, pero ha perdido el poder. No solo porque un inesperado viento de unidad opositora en la Asamblea Legislativa Plurinacional se llevó, por ahora, a los magistrados autoprorrogados, sino también porque en el ámbito partidario, la experiencia de Evo Morales y el cálculo de Andrónico Rodríguez parecen haber sacado alguna ventaja.
En el MÁS coexisten tres poderes: el de Arce en declinación, el de Morales con un piso indígena firme de respaldo, pero con un techo cada vez más bajo, y el emergente de Andrónico Rodríguez que, desde la Asamblea ha comenzado a recorrer un interesante camino personal.
Lo quiera o no, el presidente ya es parte de la transición. La gente piensa más en lo que viene, que en el agobiante hoy.
Si la crisis es el principal problema identificado, la solución ya es tarea de los que vendrán. Es decir que la elección se convierte, poco a poco, en parte de la salida al peor momento económico que vive el país en casi 40 años.
Al presidente le costará mucho mantener la lealtad de los movimientos sociales que integran el Pacto de Unidad. Sin recursos, políticamente débil y con expectativas disminuidas hacia las elecciones, Arce posiblemente ya no sea la mejor opción para reproducir el poder.
Si la narrativa de Arce giraba prioritariamente en torno a las bondades del modelo comunitario y productivo, ahora que los indicadores muestran las fisuras irreversibles de la estrategia adoptada sobre la base de los ingresos, mermados, del gas, no hay una historia creíble para compartir.
El discurso emocional vuelve a ser importante para el MAS, una vez que la narrativa racional, con énfasis en la economía, perdió credibilidad. Sin embargo, desempolvar las banderas del 2005 ya no será posible después de casi dos décadas de desgaste en el ejercicio del poder.
Tal vez por eso, en respuesta al envejecimiento del proyecto, la alternativa pase, en principio, por la renovación de los liderazgos y por abandonar la lógica de la polarización.
Los gestos políticos de Andrónico insinúan que, al menos a nivel del discurso y con fines electorales, una facción del MAS busca migrar hacia el centro, un espacio político que disputarán, con mayor o menor credibilidad, los aspirantes que aparecen hoy en el radar electoral.
El momento que vive el presidente tiene un aire dramático. No puede bajar el puño izquierdo, porque la disputa interna no se lo permite, y no puede sostenerlo porque la responsabilidad sobre la crisis económica lo podría obligar a adoptar decisiones cada vez menos populares. Una encrucijada difícil para la que hasta ahora no encuentra una salida