Parecía que, con el fin de los regímenes totalitarios del siglo XX, el tiempo de la censura cultural había terminado… pero no. Hoy, a la par que las fecundaciones in vitro, los cohetes en el espacio, los intentos de transhumanismo y la comunicación instantánea, el mundo todavía se divide en grupos de rivales fanáticos que creen detentar la verdad. Las quemas de libros de Hitler y la persecución a escritores promovida por Stalin no fueron la última expresión de una característica que, a lo largo del tiempo, ha sido una constante en el ser humano: la intolerancia. Por ejemplo, en Estados Unidos, país tradicionalmente democrático, hoy se vive una época de intransigencia; lo propio ocurre en varios países de Europa, al igual que en Latinoamérica y en el Asia. Dicho lo cual, la mejor pregunta sería: ¿en qué sitio no se viven escenas de intolerancia frente a lo extraño?
Según la escritora y periodista italiana Constanza Rizzacasa en su libro La cultura de la cancelación en Estados Unidos, hoy este país vive una especie de resurrección de la intolerancia (claro que, como en todo el mundo, bajo otras formas). El despido de docentes universitarios que no comulgan con las líneas de lo “políticamente correcto” o de los discursos “mainstream”, las leyes republicanas que impiden la revisión historiográfica del racismo en la vida pública o las listas de libros prohibidos, son solamente tres de los muchos hechos que denotan que algunas de las siniestras corrientes de la historia pueden regresar. Y a ello, se añade la polarización política en la que los ciudadanos estadounidenses hoy andan enfrascados.
William Faulkner, Homero, Ernest Hemingway, Mark Twain, Philip Roth… son, según el reportaje de Rizzacasa, algunos de los nombres de los autores que hoy (sí: hoy, 2024) se debaten entre la censura y la aceptación en varios centros educativos de Estados Unidos. Hay, pues, en las personas una creencia de que, si los de mi tribu leen o se exponen a la cultura de mis opositores, entonces les ocurrirá una degeneración y dejarán de creer en la Verdad. Lo más extraño e irracional es que muchas veces la censura se da no propiamente por las creaciones como tal, sino por la vida (poco ejemplar) que tuvieron los creadores. Pero si tuviéramos que censurar el arte o la cultura de los artistas cuyas vidas fueron poco honrosas, entonces nos quedaríamos sin muchos libros, películas, esculturas o pinturas que hoy son tenidos como obras maestras y nos enriquecen la vida. Juzgar la vida de los autores y la misma historia de acuerdo con las sensibilidades del presente no es sino un despropósito con el cual perdemos todos.
En esta cuestión, en propagar tonterías, derechas e izquierdas marchan a la par. Mientras que estas dicen, por ejemplo, que el latín y el griego son lenguas coloniales o de élites tradicionalmente explotadoras, o intentan derribar estatuas de Colón o Cortés por creerlas opresoras, aquellas, por ejemplo, tratan de vetar la revisión de la historia y la historiografía desde perspectivas de género o etnia, o intentan que no se lea sobre feminismo o marxismo. Piensan que echando abajo monumentos o prohibiendo libros, la marcha de las sociedades no se torcerá o que se saldarán las deudas del pasado. Pero ello, como saben todos quienes pueden leer más o menos bien la realidad circundante, no sucede así.
Leer sobre todo y de todo puede ser una manera eficaz para curar el sectarismo. Leer —críticamente y examinando sus respectivos contextos históricos— la República de Platón, El segundo sexo de Simone de Beauvoir, la Biblia, a Darwin, a Freud y Kant (¿seguirán siendo actuales?), a Aristóteles, Carl Sagan y Ludwig von Mises, nos hace mejores personas porque nos guía a través de las preguntas fundamentales de la humanidad, como la pregunta sobre la finalidad de la existencia y nuestros afanes en esta tierra, y así, podemos enriquecer más la vida. Podemos preguntarnos si Platón o Marx tenían razón, o si el sentido de la felicidad que describen la Biblia o Tomás de Aquino es el que se adecúa a lo que yo quiero o espero como ser humano. Pero si no leemos esos libros y autores, entonces perderemos la conciencia de las posibilidades que nos brindan. No leyéndolos, sólo podemos perder.
Por todo esto, hay que estar alertas frente a lo que suponga cualquier tipo de censura o veto culturales. Homero, por más que su Penélope no encaje en los modelos de lo que, según la tendencia actual, debería ser la mujer, debería seguir presente, contra viento y marea, en las escuelas y universidades del mundo.