“Narciso permanecía junto al lago contemplando su reflejo. No lograba apartarse de su imagen en el agua. Cuanto más se miraba, más le gustaba lo que veía. Y así fue como Narciso se enamoró de su imagen. Como deseaba besar sus labios acercó su rostro a la superficie brillante del lago y besó el agua. Pero nada más tocarla, su imagen se deshizo en miles de pequeñas ondas”.
El término “narciso” se ha vuelto ya un lugar común para apuntar a los envanecidos. Lo que se ha acentuado con las redes sociales y la autoexposición. Aun cuando estos vanidosos son realmente inocuos: colgar diez selfies al día no le hace daño a nadie.
La mitología griega transmite grandes y diversas lecciones morales: unos mitos muestran los peligros de la arrogancia o el orgullo excesivo, algunos exploran la tensión entre el destino y el libre albedrío, y otros destacan la importancia de la lealtad. Pero la figura de Narciso –como la de Edipo- ha sido rescatada por la ciencia. A partir de ella, se tipifica un trastorno de la personalidad. Sigmund Freud introdujo el término narcisismo a la psicología como una expresión patológica que tiene que ver con el amor excesivo a uno mismo, la falta de empatía y la preocupación desmedida por las propias necesidades.
En su libro “Los tiranos del alma”, Carlos E. Climent define el narcisismo como un trastorno de la personalidad “y uno de los más destructivos tiranos del alma”. A los narcisistas, nos dice este psiquiatra de Harvard, se los identifica cuando reúnen varias de las siguientes características: grandiosidad y marcada urgencia de ser el centro de atención, sus relaciones interpersonales están signadas por su egoísmo, egocentrismo, frialdad y superficialidad, son incapaces de querer de verdad y en consecuencia no sienten consideración por el dolor de los demás, limitan, dominan y someten a quienes tienen a su alrededor, subestiman a los otros...
El narcisista es además otras cosas; sin embargo, no tuve que continuar averiguando esas señas para que se me apareciera uno que otro narciso en la cabeza. La asociación casi inmediata con esos personajes me permitió comprender mejor sus actos y de algún modo sentir compasión. Después de todo, el narcisismo puede atormentar también al propio enfermo.
Así, luego de la cólera que me provocara (una vez más) el vandalismo -disfrazado de causa noble- contra monumentos históricos en La Paz el pasado 12 de octubre, recordé que quien montaba esta y otras puestas en escena similares, reúne casi todas las condiciones de una narcisista: tiene una necesidad compulsiva de concentrar la atención del resto y de ser admirada, es egocéntrica, dominante, y goza subestimando a los demás. Entonces, en un ataque de misericordia, solo rogué que su entorno no sufriera más de la cuenta, y que el daño a esos bienes públicos no tardara otros cuatro años en ser reparado.
Como afirma la psiquiatría, convivir con un narcisista es una fuente inagotable de conflicto en la vida. Imagino lo difícil que debe de ser la convivencia con narcisos que sin haber querido de verdad ni tener empatía por el dolor ajeno pretenden, con su insalvable arrogancia, imponer códigos de cómo amar o de cómo llevar un luto, pero si ese narcisista es un líder nacional, el problema deja de ser insignificante y se vuelve una verdadera tragedia griega. Y es que los narcisos son encantadores de serpientes. Entregan algo de sí como anzuelo y los incautos, que se sienten agradecidos y reconocidos por esos “seres grandiosos”, se prenden rápidamente. Luego, esos admiradores son fagocitados.
Hace unos días el expresidente Evo Morales fue acusado de cometer los delitos de estupro y trata y tráfico de menores. Evo, como buen narciso, carece de empatía, supone que es mejor que los demás y que merece un trato especial. Por ello ha resuelto que él no puede ser investigado y ha enviado a sus bases, sobre las que ejerce una dominación evidente, a bloquear los caminos como muestra de su fuerza: a ver si así nos queda claro que él sigue estando por encima de todo y de todos. Él no solo se piensa superior a sus conciudadanos, a los que toma como meros súbditos, sino que se alza sobre las leyes.
Uno de los recursos que tienen quienes sufren a un narciso es cancelarlo de sus vidas. Otro, confrontarlo y tomar el control. Es entonces cuando ese narciso huye porque considera que el peligro para su “yo inflado” es mayor, y no podría tolerarlo. ¿Recuerdan noviembre de 2019?
La mitología griega alentaba las conductas virtuosas, y pese a que el narcisismo no tiene cura, la psicoterapia puede ayudar a relacionarse mejor con quienes lo padecen. De ahí que, si Evo regresa a la presidencia, los bolivianos podríamos hacer vaquita para pagar un psiquiatra que nos brinde terapia grupal, aunque sea por Bolivia TV.
En el mito, Narciso se convierte en una hermosa flor, que quedó con ese nombre. Lástima que mientras esas flores solo brotan por temporadas, a los otros narcisos los encontramos en cualquier época del año.