En la reciente inauguración de los Juegos Olímpicos, se generó una intensa discusión a nivel mundial por el uso de simbologías que muchos consideraron una burla hacia la fe cristiana, entre todos, yo. El Comité Olímpico intentó justificar estas decisiones, pero las reacciones de millones de creyentes no tardaron en surgir. El director artístico —por lo menos así figura virtualmente— ofreció una explicación que no logró justificar la mala decisión tomada. Entre las diversas opiniones que circularon, me encontré con el texto de Johnathan Dwayne, una voz que vale la pena escuchar por su aparente experiencia y conocimiento en el arte.
A continuación, comparto su texto, mismo que brinda una perspectiva distinta y fundamen-tada, en mi humilde opinión, porque de arte no conozco casi nada, pero le doy la razón so-bre lo ocurrido únicamente por sentido común y mi fe en Jesús:
“Para todos aquellos que sugieren que los que protestamos por el espectáculo de las Olim-piadas del pasado viernes no estamos educados:
La obra ‘La Última Cena’, de Da Vinci, fue finalizada en 1498.
La obra ‘Festin des Dieux’, de Van Bijlert, fue pintada en 1635 como una paganización de la ya famosa obra de Da Vinci, ya que ese festín de Dionisio solía ser ilustrado en bosques y campos, según la literatura greco-latina, pero como acto de rebeldía a las abundantes comi-siones religiosas, tomaron la imagen de la mesa, le cambiaron el aspecto a la figura central para que se pareciera a Cristo y se ‘amplió’ el concepto de la Cena Santa a una politeísta pagana. Esto se hizo en innumerables obras (ej. ‘Festín de los Dioses’ de Balen y Jan, 1615), todas como burla, corrección, sustitución o hasta cancelación de mensajes bíblicos.
Yo vivo de y en el arte, toda mi vida (los de la Esc Luccetti o compañeros de Arte en la Uni-versidad del Sagrado pueden confirmar este dato). Soy muy educado en esa materia y he hecho 14 exhibiciones y participado en más de 25 colectivas en y fuera de PR (ganador del premio Unesco, como pintor destacado, 1996). Mi periodo favorito fue el Renacimiento. Créanme, sé un poco de lo que estoy hablando.
Por otra parte, cuando uno hace o participa en un evento multitudinario y hasta global, uno se asegura de que cada idea esté segura y no vaya a provocar, a menos que sea esa la in-tención. Mi carrera de cantante da fe de esto, pues he sabido crear controversias a lo largo de 40 años. Este evento fue planificado y planeado por años, aquí no existen accidentes. No es que me las sepa todas, pero al menos de esto, sé a lo que me refiero.
Tomaron imágenes bíblicas, conocidas por el mundo y las tergiversaron, como hicieron pintores como Van Bijlert, pero en esta ocasión, para luego hacerse los inocentes. ¿Dioni-sio? Claro, pero en una mesa rodeado o rodeada de varias personas en una pose muy fami-liar. ¿Jinete del apocalipsis? No, es una diosa griega, espíritu de las Olimpiadas y así por el estilo. Me sorprende que no usaran un pesebre con un bebé y una mujer al lado diciendo luego que era Afrodita y su hijo Cupido. Por favor. A esas personas, que sugirieron que nos eduquemos, permítanme devolverles la sugerencia”.
Este extracto de J. Dwayne ofrece una perspectiva crítica y bien argumentada sobre la con-troversia de la inauguración, invitando a una reflexión más profunda sobre las decisiones ar-tísticas y su impacto en el público global. Es crucial recordar que jamás se debe herir las sen-sibilidades y las creencias de las personas, especialmente en un evento de alcance mundial, donde el respeto y la consideración hacia todos los espectadores deben ser valores primordia-les, ¿o qué dices tú? ¿Estamos exagerando?