Hace una semana, en su mensaje con motivo de los dos años y medio de mandato, el presidente Luis Arce Catacora se refirió, entre otros aspectos, a la posibilidad de “transar en yuanes chinos, antes que en dólares estadounidenses” en las operaciones bolivianas de comercio exterior.
Durante su ascenso hegemónico, uno de los rasgos del MAS fue la capacidad de articular a sectores externos al núcleo de campesinos cocaleros. Por ejemplo, su aproximación hacia “los sectores medios” en 2002, primero, mediante la figura de José Antonio Quiroga y, luego, de Álvaro García Linera, en 2005, mostró que los campesinos del trópico, y su líder Evo Morales, se constituían en una fuerza centrípeta que aglutinaba dentro de su esfera de influencia a otras clases sociales.
Ello, claro está, sucedía en tanto los nuevos aliados no cuestionasen el liderazgo de Evo. La línea política oficial del MAS para encarar la disidencia política interna, a lo largo de estas dos últimas décadas, se asemejó bastante a la actitud de Procusto, un personaje mitológico que otorgaba un tratamiento especial a sus huéspedes. Los hacía recostarse en una cama de hierro. Cuando excedían el tamaño del lecho, cortaba sus extremidades. Y, si eran más bien pequeños, los descoyuntaba jalando sus extremidades para que quedasen a medida.
Es una metáfora que se adecua a un rasgo de la cultura política del MAS. Fueron varios los compañeros “mutilados” políticamente en la historia de dicho partido. De hecho, una buena parte de su oposición política se originó en esa práctica. El actual gobernador de Chuquisaca, Damián Condori, por ejemplo, que venció al candidato del MAS en las elecciones subnacionales de 2021, fue dirigente campesino de la Csutcb y afín al MAS. En 2014, se alejó de dicho partido pues la dirigencia del MAS rechazó su candidatura, propuesta por los campesinos, a la gobernación de Chuquisaca. Como campesino indígena, Condori podría convertirse en una competencia para Morales. De ese desgajamiento resultó una alternativa política que hoy es gobierno departamental en Chuquisaca.
El MAS también perdió la alcaldía de El Alto, precisamente porque Eva Copa, candidata preferida entre las organizaciones sociales aimaras, podía ser una posible amenaza al liderazgo de Morales, quien prefirió escoger a dedo a su propio candidato. Éste, finalmente, también resultaría perdedor en las elecciones de 2021.
Hoy, el partido se encuentra dividido en dos, entre otras cosas porque Morales ve en Luis Arce Catacora y David Choquehuanca a dos posibles contendientes con miras a las elecciones de 2025. La práctica de la mutilación política ha derivado en la escisión del propio MAS.
Si en su etapa de irradiación hegemónica una de las características del MAS fue la construcción de alianzas y la articulación de intereses dentro de su proyecto político; su declive se caracteriza por desgajamientos y escisiones que lo están reduciendo a lo que fue su núcleo duro, básicamente las Federaciones del Trópico de Cochabamba.
Jürgen Habermas definió una vez la irracionalidad como la incapacidad de seguir aprendiendo. La alta dirigencia del MAS padece del mismo problema que en 2003 sufrió Gonzalo Sánchez de Lozada, prisionero de sus propios dogmas. Parafraseando a Sergio Almaraz, en los grandes declives de las organizaciones políticas se disemina la pereza del pensamiento, un proceso de imbecilización colectiva afecta a las capas dirigentes de estas formaciones partidarias.
Lo que nos devuelve a la leyenda de Procusto: “Es una formidable expresión de la mentalidad idiota; palabra que viene del griego idios, que significa lo propio, es decir, idiota es todo aquel que ve sólo lo propio y nada más. “El idiota desecha todo lo que no encaja con su miope visión” (Arturo Bravo Retamal). El idiota pretendería ser la medida de todas las cosas. En tanto la vocación hegemónica implica capacidad de interpelar y articular los intereses de los otros al interior de un proyecto político —es decir “ver al otro”— la egocracia caudillista de la dirigencia del MAS, por años alimentada en ese partido, lo está conduciendo a su aniquilación.
Albert Einstein definió una vez la estupidez como el intento de alcanzar un resultado distinto, haciendo lo mismo que ya ha demostrado ser un verdadero fracaso. La práctica de mantener la supremacía descartando a los opositores menores, que funcionó en el pasado, hoy ya no sirve. Evo Morales cree que alcanzará el poder cortando cabezas, al estilo de la Reina Roja (Lewis Carrol, Alicia en el país de las maravillas). Eso le funcionó cuando era hegemónico. Otra cosa es bregar por volver a ser hegemónico, lo que se asienta principalmente en el arte de seducir y convencer, que a su vez requiere de astucia e inteligencia.
La pérdida de la lucidez es aquí expresión de la crisis paradigmática del populismo. Las viejas respuestas no sirven para responder a los nuevos problemas; y, como decía Carlos Marx, la sociedad sólo se plantea aquellos problemas que está a su alcance resolver. Superar el lastre ideológico populista es, sin duda, una de las tareas del pensamiento político de izquierda.