Hace algún tiempo constaté que mis canas no son solamente un adorno coqueto sino la expresión del paso lento y sin pausa de los inviernos que se cumplen inexorablemente. Más aún durante la pandemia. Ya no estoy dispuesta a viajar a cualquier parte ni de cualquier manera. Pese a ello, quiero seguir como visitante afortunada de la belleza natural que ofrece Bolivia (todavía). A pesar de que el mundo no quiera, insisto, como diría Rafael Barret. No hay cansancio ni pretexto cuando se abre la posibilidad de preparar maletas.
Finalmente aparecen nuevas ofertas turísticas para los menos jóvenes. Suficiente tener un mínimo de condiciones físicas y una dieta abierta para nuevos sabores y experiencias. La exigencia va por otro lado: llegar a un alojamiento limpio, ojalá con buen colchón y buenas almohadas, buena ducha con agua caliente. ¡Delicioso y completo desayuno con panes distintos, frutas, embutidos, jugos, bollería local! Cuando además hay mimos con cafecito de cortesía, mate al atardecer, botella de agua en la habitación, dulces masitas, es posible ser feliz.
En esta temporada regresé al ecolodge “La Estancia” en la Isla del Sol, un lujo con precios accesibles. Conté la travesía épica en el festival de la vendimia en Camargo y Villa Abecia. Ahora partí al otro extremo, al este, a las estribaciones de las serranías, los bosques secos, otros ríos y no lagos, otros montes no nevados, otros cultivos, más calientes y más diversos tonos en la floresta. Otras gentes, otros colores, otros bailes, otros dichos, más arroz que papa, más charque que trucha, más chicha de maíz que vino tinto. Al fondo, la misma bandera con su rojo, amarillo y verde.
Conocí la experiencia de una ruta que se llama “Saborearte Chiquitos” que une iniciativas públicas locales con el entusiasmo de hoteleros, como la “Villa Chiquitana”, gastronómicos, artesanos, mascareros, la academia, expertos en arte colonial. Esta ruta está abierta todo el año en San José de Chiquitos, a pocas horas desde Santa Cruz de la Sierra.
En la plaza principal de la población hay un menú variado y garantizado, desde locro de gallina criolla a milanesa napolitana, sillpancho o majadito, arroz con leche o gelatina de pata. Ahí es posible entrar al conjunto misional donde una guía de origen potosino explica la historia para que entienda hasta el menos avispado. La iglesia y su frontis es un ejemplar famoso de los templos chiquitanos. El Centro para la Participación y el Desarrollo Humano Sostenible (Cepad) organizó un nuevo museo para aprender mejor dónde y cómo empezó la historia cruceña, sus diferencias y complementariedades con el resto del país.
El visitante puede preparar su propio pan de arroz o empanadita de queso en horno de barro o pintar la máscara del abuelo o encargar un vestido con sello indígena y a la vez moderno. Hay baile con los miembros del cabildo indígena en la “Casa del Bastón”.
Las caminatas por el Parque Nacional Histórico Santa Cruz la Vieja no demandan mayor esfuerzo. También es posible recorrer senderos, pasear en bicicleta, ir a la piscina.
Es importante que las agencias de turismo, las propias alcaldías, organicen estas ofertas para los jubilados, los llamados adultos mayores, como existen en tantas otras partes del mundo y también en Sudamérica. Estos territorios y sus habitantes son las trincheras que quedan para confiar en el país y en sus posibilidades. No ocupan titulares ni muchos espacios en los medios, pero son las noticias inolvidables.