“Detrás de cada gran fortuna hay un crimen” es una conocida frase atribuida a Honore Balzac, aunque se dice que el verdadero autor fue el clérigo cristiano San Juan Crisóstomo, pero más allá de las individualidades el mismo sistema capitalista es ya un crimen porque hace que unos pocos acumulen riqueza y la mayoría permanezca en iniquidad produciendo casos horrendos como los acontecidos en el Banco Fassil.
En ciertas oportunidades es el Estado con su burocracia parasitaria el que posterga (no elimina) a la clase social hegemónica, pisotea al pueblo y se erige en el primer titular de la explotación del hombre.
Genéricamente, a esta organización se la denomina “capitalismo de Estado”, que es el que impone sus reglas y caprichos sobre los demás, se asienta en la represión y en el populacho cometiendo los abusos que desea, el Estado es el explotador número uno y no repara en cometer delitos, pero resulta un error creer que el Estado y la clase dominante son adversarios o enemigos irreconciliables, simplemente se distancian por cuestiones temporales de rapiña.
También se hace creer que el Parlamento es sinónimo de democracia, cuando más bien es el antro donde se legalizan los atropellos contra la población, donde se compran y venden conciencias y votos en contra del pueblo a costillas del pueblo mismo, véase la reciente conducta repulsiva de una senadora de la “oposición” que rechazó la censura al ministro de Justicia.
Sería absolutamente equitativo que el capitalismo, en cualquiera de sus formas, sea cambiado por otro sistema en el que rija un régimen solidario, que cada familia, junto a otras familias, constituyan un núcleo comunitario donde cooperen y produzcan mancomunadamente los bienes y servicios de acuerdo con las capacidades de cada uno y la distribución del producto sea igualitaria sin que a nadie le falte o le sobre algo para vivir con bienestar y dignidad.
La justicia sería ejercida públicamente por la ciudadanía reunida en cada comunidad de residencia, sin jueces, fiscales ni policías y sólo con la orientación de ancianos en su rol de consejeros. No existiría ninguna fuerza armada porque no se la requeriría.
Así, el capitalismo existente ya sea en su nueva forma liberal individualista o en su adocenamiento estatal sería sustituido por el sistema de socorro mutuo sin que el socialismo ortodoxo ya fracasado sea su alternativa y menos el disparatado socialismo del siglo XXI por ser éste el instrumento de la explotación de la población mundial.
Unos dirán que este esquema es una especie de socialismo utópico y se lo podría criticar de mil formas, pero nadie podría decir que en este sistema social podría caber el “detrás de cada gran fortuna hay un crimen”, porque nadie tendría más ni tampoco menos, no existiría la competitividad económica, por tanto, no existirían los bancos y tampoco el crimen.
Delirar de vez en cuando no hace daño.
El autor es jurista