Peca de ingenuo quien pretende participar de la política a una edad madura, tras haber desarrollado una intensa vida personal, con experiencias variadas, después de haber conformado una familia sólida y alcanzado una estabilidad económica que le otorgue tranquilidad, luego de haber construido una opinión consistente respecto del mundo, el país, la sociedad y la vida misma.
Y también peca de soñador si piensa que, además de madurez y serenidad, para ingresar en la arena política —que más que blanca arena es un cenagal lleno de serpientes y escorpiones— es indispensable haber leído Masamaclay, Últimos días coloniales del Alto Perú, Guano, salitre y sangre, Historia de la villa imperial de Potosí y otros libros de historia, para hablar del país con propiedad y no soltar una artillería de sandeces frente a sus colegas y la opinión pública cada vez que pida la palabra; Juan de la Rosa, Raza de bronce y Sangre de mestizos, para viajar en el tiempo, palpar el contexto y conocer el lenguaje, el pensamiento y el sentimiento de los bolivianos de hace un siglo; escuchar la obra de Gladys Moreno y Matilde Casazola, y las hermosas No le digas o Infierno verde, para sensibilizar su discurso; y alternar los viajes light a los malls de Miami y a los all-inclusive resorts en República Dominicana con visitas al Salar, a los llanos de Chiquitos y al Cerro Rico.
Lamentablemente, todo ese conocimiento es tan inútil como el de un biólogo parado en medio de una manada leones, no sólo porque desde el año 2009 un ciudadano está habilitado para ser diputado o senador a sus 18 años —es decir, cuando todavía es un imberbe ignorante y temperamental que hace poco dejó de lactar—, sino porque la Asamblea Legislativa no es ni por asomo un escenario propicio para el intercambio de ideas y el debate intenso y respetuoso.
Tener una formación intelectual no es indispensable para hacer política, acceder a un cargo público o pedir la palabra en una sesión en el Parlamento. Ni siquiera para dar una declaración de prensa. No hace falta tener un pensamiento claro que permita realizar una exposición ordenada, con dicción correcta y desarrollo coherente.
Es indispensable, en cambio, hablar fuerte, cantar a coro, saber golpear una mesa, conocer un glosario de insultos de calibres distintos, estar predispuesto a agredir a un colega que representa a otra sigla —que automáticamente pasa a ser un adversario o incluso un enemigo— con el puño, con la mano abierta, con el codo o a puntapiés. En concreto, los requisitos para participar en la Asamblea son prácticamente los mismos que hay que cumplir para sobrevivir en un bar.
Salvo mínimas y valiosas excepciones, los políticos —es decir, las personas que administran los recursos y conducen esa nave inmensa y sumamente compleja que llamamos país— tienen una pobrísima formación intelectual y ética.
Repasemos nada más los casos de los últimos meses: el ministro de Medio Ambiente tuvo que renunciar y fue detenido tras ser acusado por el cobro de coimas millonarias y por la compra de más de 30 inmuebles, usando a familiares como palos blancos; en una sesión bochornosa, dos concejalas de la agrupación del alcalde Reyes Villa, caraduras como quien más, se desmarcaron de su equipo y se hicieron con la directiva del Concejo Municipal con votos del MAS, distorsionando así la clarísima voluntad popular; el alcalde de Santa Cruz es acusado de comprar varias hectáreas en una zona deshabitada e instruir que allí se construya una carretera, generando así plusvalía para su propiedad; el gobernador de La Paz, célebre por haber sido descubierto consumiendo bebidas alcohólicas en su oficina, ahora fue denunciado por agredir sexualmente a una exfuncionaria en la noche de Año Nuevo…
A pesar de tanto bribón experto en el arte del boicot, la conspiración, la exacción y la ineficiencia, es inevitable sentir cariño por nuestro país, que es también el país de nuestros hijos, y desear su progreso. Sin embargo, así como viene la mano, el iluso que desea quitarse los zapatos, arremangarse el pantalón y chapotear en el cenagal de la política, haría bien en cambiar de planes, porque no pasará mucho tiempo antes de que las serpientes lo ataquen y hieran de muerte.
Y si por casualidad piensa que es más pertinente prepararse para ser docente en la universidad pública, porque aquel escenario es más seguro y democrático y menos hostil, no sólo peca de ingenuo, sino de insensato, también.