Reitero lo que siempre dije: si alguien decidiera quemar una tricolor, única bandera que reconozco, no me ofendería ni saldría a la calle a dar alaridos (o a llamar a una guerra civil como zopenco).
No lo tomaría como un gesto muy amistoso, por supuesto, pero considero que incluso esa forma de expresión sería legítima en una sociedad civilizada. Estúpida y simplona, pero legítima al fin. No recurriría a los tribunales y menos a la violencia para “desagraviar” a la tricolor.
Pienso así porque comprendo que el objeto bandera es sólo una manera de recordar algo inmaterial: una idea, un concepto, un sueño, Bolivia... Es decir, lo que la tricolor representa es ante todo intangible y está en mi mente y corazón. Y lo que sucede en mi mente no depende para nada de un pedazo de tela.
Esto se llama pensamiento moderno y significa comprender que mi valor como individuo nace de mis acciones e ideas, no de mi pertenencia a alguna tribu o al color de mi epidermis.
Si alguien necesita de la violencia, de las turbas o del Estado, para “defender” sus banderas, entonces es que realmente no hay nada detrás de ese símbolo. O quizás no hay nada en la cabeza de los fanáticos dispuestos a matar por ese símbolo...
La supuesta pertenencia étnica y sus símbolos, como la wiphala son el refugio de los canallas, de los violentos y de los mediocres.
¿Realmente creen que los bolivianos terminaremos respetando estos símbolos de opresión a la fuerza o bajo amenaza de encarcelamiento?