Ha muerto Peter Lewy Schuftan, el último de los libreros que conocí desde mi ya lejana adolescencia. Regalaba su tiempo y su sabiduría para aconsejar una lectura, un autor, un tema. Era una enciclopedia con dos pies y se propuso, entre sus muchas ocupaciones y oficios, alentar en Bolivia el gusto por el libro, ese “junco donde cabe el infinito”, como apunta Irene Vallejo.
Nació en 1943 en Chulumani, el sur yungueño de La Paz. Eran los momentos más dramáticos de la Segunda Guerra Mundial y de la expansión del nazismo en Europa y en la región, incluso en Bolivia donde un golpe de Estado llevó hasta Palacio a las corrientes nacionalistas teñidas de antisemitismo y fascismo.
A Bolivia migraron cantidad de familias de origen judío amparadas por una política oficial y por gestiones de otros judíos ya radicados en el país como Mauricio Hochschild, como relató con detalle hace varios lustros el historiador León Bieber, descendiente de uno de esos clanes. Buena parte de ellas pertenecían al mundo intelectual o académico, como lo reconstruye otra historiadora, Clara López.
Por una visión errada, se trasladó a esos migrantes al área rural o provincial, donde poco podían contribuir y donde era difícil convivir. Incluso en Chulumani, que por esos años era una próspera localidad multinacional, incluyendo a Dante Salvietti, el italiano que descubrió ahí el poder refrescante de la papaya.
En las ciudades, estos recién llegados y otros que arribaron atraídos por las minas fundaron instituciones ligadas al deporte, a la cultura y a las ciencias, como el Planetario Max Schreier. Entre esas herencias están las librerías. El poeta Gert Conitzer vendía textos puerta por puerta. El extraordinario Werner Guttentag abrió “Los Amigos del Libro”, además de editar obras de autores bolivianos y alentar con sus propios fondos un premio literario.
Peter Lewy escribía a la vez que alentaba la lectura, aún en épocas oscuras como durante las dictaduras militares. Era entusiasta promotor de tener en el país ferias del libro como ya existían en Fráncfort, Buenos Aires, Bogotá o Guadalajara. No era tarea sencilla, incluso había oposición entre notables vendedores de libros en otros espacios, como el recordado Antonio Paredes Candia.
De salto en salto quedó organizada la Feria del Libro de La Paz. Lewy se daba tiempo para escuchar a los jóvenes que buscaban autores que apenas se conocían en el país o títulos que traían los viajeros.
Más tarde se trasladó a Santa Cruz de la Sierra donde abrió una librería ya legendaria, enfrentando todos los obstáculos que ya se conocen. Igualmente alentó la importancia de crear una feria para difundir el pensamiento y no solamente la riqueza o las empresas.
Aunque comparto con él un porcentaje de sangre jacobina (no sefardita como decían mis abuelas, sino asquenazí), no coincidimos en nuestra mirada a los sucesivos regímenes israelitas y su política contra los derechos de los palestinos.
En cambio, resultamos parientes políticos por la segunda esposa de mi abuelo, la beniana Mercedes. Peter y su familia conocían el país profundo, leían todo lo que podían sobre las obras escritas por bolivianos desde las fronteras o en medio de los edificios.
También conocía y compartía los textos más destacados que se publicaban en América Latina y en otros idiomas. Así fue reconocido con diferentes distinciones y nombramientos en importantes organismos locales, nacionales e internacionales. Será muy difícil encontrar en las nuevas generaciones otro librero como Peter Lewy Schuftan.