El deterioro de varios indicadores macroeconómicos, como es el elevado déficit público y la caída significativa de las reservas internacionales, nos está conduciendo a una nueva normalidad caracterizada por la escasez de divisas, los cuellos de botella en la provisión de diésel, el aumento de precios de la canasta familiar, un reacomodo del sistema financiero después de la intervención del Banco Fassil y cuellos de botella en la producción. Es decir, varios mercados se reacomodan aún a una economía con escasez de divisas cuyo origen está en el declive del sector de hidrocarburos. Pero en la lectura oficial, aquí no pasa naranjas.
Algunos con añoranza y otros con legítima preocupación se preguntan: ¿Cuándo las aguas se calmarán? ¿Cuándo volverá la situación donde personas y empresas compraban dólares sin restricciones? ¿Cuándo retornará la antigua y venerada normalidad? Lamento ser portador de malas noticias, pero hemos entrado a una nueva normalidad que significa raspar la olla y vivir al día. Una especie de Argentina deslactosada.
Desde febrero de este año, el Gobierno ha estado anunciando diversas políticas económicas, como el tipo de cambio preferencial para los exportadores (¿alguien sabe cuántos dólares han entrado por esta vía?), los bonos del Estado para atraer remesas internacionales (¿cuántas divisas entraron por este camino?), el uso de los derechos especiales de giro del FMI (¿ya nos soplamos toda esta plata?), la obligación que las empresas estatales traigan sus dólares a la economía boliviana (¿cuánto trajo YPFB de sus cuentas de afuera?), y el programa estrella: la Ley del Oro (¿ya se vendió el oro del Banco Central y a qué precio? ¿Cuánto oro compró el Gobierno de los cooperativistas mineros?).
Se supone que todos los remedios anteriores pararían la sangría de las reservas internacionales (RI) del Banco Central de Bolivia (BCB). Cabe recordar que, en 2014, las RI eran de 15.000 y ahora han bajado a menos de 3.000 millones de dólares. Éste último dato es una estimativa preliminar, porque la información sobre las RI se ha convertido en un secreto de Estado. El BCB, contrariando un principio democrático básico, no reconoce que la información es un bien público y un derecho ciudadano que ayuda a los actores económicos a tomar decisiones. Ocultar datos genera incertidumbre y especulación. Es una mala idea.
El Gobierno insiste en que los problemas por los que atraviesa la economía boliviana son coyunturales. Serían solo una restricción de liquidez y en breve volveremos a la antigua normalidad, eso, por supuesto, en una lectura súper optimista e ideologizada. El modelo económico se está agotando porque han estrangulado a la gallina de los huevos de oro, YPFB. La empresa estatal de petróleo ha dejado de generar como 3.200 millones de dólares de renta petrolera. Y en el corto y mediano plazo no existe ningún sector que reponga estos recursos.
La semana pasada, el Banco Mundial, la suegra buena según el Gobierno, publicó sus previsiones de un menor de crecimiento para la economía boliviana. Para 2023, según este organismo internacional, creceremos en un 2,5% y en 2024 y 2025 el crecimiento estará en torno del 2%. El año pasado el Banco Mundial estuvo más cerca en su proyección que el Gobierno, el primero hablaba de 3,2% y la administración Arce proyectaba 4,2%. El hecho es que crecimos en un 3,5%. Para el año en curso, el optimismo oficialista es grande proyecta un crecimiento de 4,86%.
Asimismo, como el paciente terco de una enfermedad grave, el Gobierno se niega a reconocer que uno de sus problemas centrales es el déficit público que el Estado arrastra hace nueve años. Además, el Gobierno empaqueta en el papel de la propaganda ciertas medidas estructurales para resolver la crisis, como es el caso de la industrialización de los recursos naturales (hierro y urea), la industrialización por sustitución de importaciones (la producción de biodiésel) y el proyecto del litio. Todos proyectos o programas muy antiguos que, en el mejor de los casos, podrían rendir frutos de aquí a tres o cuatro años. Aunque tengo mis serias dudas de que funcionen.
En este contexto, el Gobierno ha adoptado la estrategia de política económica que podríamos denominar como: Every penny counts, que en una traducción libre sería: Cada puchito cuenta en este mar de lágrimas. Un préstamo por aquí de 500 millones de dólares, un superávit comercial en mayo de 71 millones de dólares después de ocho meses de mayores importaciones que exportaciones, unos ahorros marginales en la importación de gasolina. En grueso, el agujero negro fiscal sigue tragándose las RI.
Es decir, el Gobierno decidido vivir al día, sin horizonte y cuenta los centavos para llegar a fin de año. Hemos entrado en una etapa de prolongar la agonía del modelo económico con paliativos, entusiasmo de boy scout, mucha propaganda y sobre todo un gran barniz ideológico.