La palabra bloquear significa interceptar, obstruir, cerrar el paso, impedir el tránsito vehicular o peatonal, como es el caso de Bolivia desde hace mucho tiempo.
El bloqueo detiene, impide, restringe y coarta, siempre.
Es una medida subversiva, violenta y de facto. En consecuencia, obviamente, no responde a la razón, sí a la acción y al desorden, con varias intencionalidades de por medio: atizar los fuegos del caos, ocultar las deficiencias, desgastar al enemigo para obtener un beneficio, o buscar el poder a toda costa.
Y justamente en esas significaciones es cuando todo cobra un sentido adverso y absolutamente irracional.
En Bolivia, la cultura del bloqueo se ha institucionalizado. Se ha convertido en un gran y devastador “remedio” casero para problemas que el gobierno debería solucionarlos, aplicando políticas enmarcadas en la resolución de conflictos, capacidad, solvencia y teniendo como método el diálogo y la concertación.
¡Pero no! En Bolivia funciona una fórmula inquebrantable, forjada a mano alzada y sin contemplación.
¡Dime cuán destructor y contundente es tu bloqueo y te diré cuán mediocre e incapaz es tu gobierno!
Por sí sola, la cultura del bloqueo en este país no es una medida independiente, está fuertemente ligada a la falta, como una consecuencia, de institucionalidad, de pesos y contrapesos, de una eficiente administración de la justicia; transparente y honesta, del gobierno y del Estado.
Y es exactamente así, entre marchas, bloqueos, amenazas, advertencias, sentencias, cercos y movilizaciones sociales masivas, de sus huestes y ramas anexas que, Juan Evo Morales Ayma, se afianzó, se agigantó y por fin llegó a la presidencia de la República, gobernando el país desde el 22 enero de 2006 al 10 noviembre de 2019.
La historia es imprescriptible, no se borra ni desaparece. La historia permanece en la memoria de los habitantes. Es la espada de Damocles que siempre pende sobre el cogote de los desleales.
Siguiendo la ruta sindicalista y de acción, antes que la razón, de Morales, su construcción como político jamás respondió a un liderazgo aglutinador y colectivo en pos de una unidad nacional. Su retórica política nunca estuvo fijada a un concepto articulador que pudiera unir oriente con occidente, urbanos y rurales, campesinos y citadinos. Siempre estuvo presente su dedo desarticulador que indicaba la sentencia sobre los sectores sociales que no estuvieran a favor de sus mandatos, sus imposiciones o sus propias leyes. El bloqueo siempre fue su método para avanzar y comerse de a poco la institucionalidad y el respeto a las leyes.
Evo es el alter ego del jefe que impone, dispone y depone. Hay una lectura sociológica ligada a un neocolonialismo interno donde conviven, a contrapelo, una subordinación social voluntaria e involuntaria al mandamás y un uso humillante de las libertades, el disenso y el libre albedrío en desmedro de su masa social, siempre utilizada como coartada de una “representación democrática del pueblo”.
Morales es un personaje que se tejió así mismo una textura política tupida y vertical. En una Bolivia todavía abigarrada y con cicatrices imborrables del colonialismo. La figura de un hombre que implanta una fuerte convicción de víctima, irradia también sobre sus masas una errónea idea de odio, racismo y exclusión hacia lo citadino, la clase media e intelectual.
Evo jamás respondió a la razón. Su trayectoria como dirigente cocalero único e insustituible, y su discurso monolítico, le enseñaron a no pactar, a no consensuar, a no dialogar, en el marco de los reglamentos democráticos en los que, sin duda, alguien tiene que ceder pero que, pese a ello, esas concesiones deben estar sujetas a los beneficios sociales y colectivos del país.
El bloqueo al país, liderado por Evo Morales, que hoy cumple once días, no responde a una reivindicación social, política, democrática, cultural ni de justicia. ¡Los bloqueos no reivindican absolutamente nada! Al contrario, deterioran al país, lo empobrecen y lo hacen inviable y riesgoso, tanto económicamente, cuanto jurídicamente.
Morales desconoce otra forma de ejercer la política que no sea a través del amedrentamiento, la amenaza, la coerción y el bloqueo. Ha perdido toda legitimidad como líder y como caudillo. Ahora es un individuo que debe recurrir al viejo truco de la fuerza y del bloqueo que en 2006 lo llevaron a la presidencia.
Es su única manera, jamás tuvo otra, de demostrar su poder de convocatoria.
Es una suerte de relanzamiento político que rememora sus primeros pasos en su labor sindical como dirigente cocalero.
Históricamente, Evo Morales se ha caracterizado por no ser un caudillo que proponga y busque una salida consensuada a los conflictos. Siempre fue un personaje de ruptura, de quiebre político, de transgresión a la cosa pactada, unitaria y colectiva.
Toda su trayectoria como máximo representante de sectores sociales, siempre estuvo en la dinámica de subvertir la lógica del diálogo y la resolución de conflictos.
A once días de bloqueos, y con un descalabro sistemático del aparato productivo y de la economía, caemos en la cuenta de que Bolivia es un país con un Estado, un gobierno y una política inviables e inservibles.
Hay una fatalidad subconsciente, un Tánatos que lleva al país hasta el borde del abismo, una y otra vez.
Morales impuso la cultura del bloqueo, pero no sólo como acción coercitiva, subversiva o violenta, sino también como razonamiento de facto. Es decir, frente a un conflicto, no se considera como primera instancia la negociación o el acuerdo pactado, sino la medida extrema del bloqueo, de la sinrazón, de la tranca y de la confrontación.
Morales, a lo largo de su accidentada carrera como líder cocalero, probó científicamente que todo eso da muy buenos resultados, siempre y cuando, una vez más lo repito, existan gobiernos mediocres, sin pesos ni contrapesos y con un deficiente sistema jurídico.
Pero ya que estamos ingresando al mes de carnavales, debo mencionar otro método de “lucha” surgido al calor de los bloqueos, los contrabloqueos.
Grupos que protestan en contra de los bloqueadores, bloqueando.
¿Pero qué demonios significa esto?
En este país con un tris de distopía, existe esta figura que flipa, ¡sí señor!
Algo así como el paramilitarismo de los bloqueos.
Bloqueadores que bloquean a los bloqueadores, quisiera que mi espíritu bloqueador bloquee mis ganas de estrangular sus cogotes.
¿Por qué bloquean con bloqueos a los bloqueadores?
Se preguntan los ciudadanos que ya no pueden más con su incontenible ira que los bloquea.
¿Será tal vez alguna señal de que este país nació bloqueado por un designio bloqueador que nos destine al eterno bloqueo de nuestro futuro?
O tal vez una creación bloqueada por el caudillo que nació bloqueado de mente y de espíritu y que por ello su único destino fue bloquear y bloquear, bloquear y bloquear.
Ciertamente el bloqueador en cuestión no tiene ética ni moral, ni razón, ni nadie que lo bloquee, pero seguirá siendo el rey de los bloqueadores hasta la eternidad.
De bloqueo en bloqueo andamos como andamos. Bloqueo mental, bloqueo ético, bloqueo moral, bloqueo a la justicia, bloqueo a la libertar, bloqueo a la lucha contra los narcos, bloqueo a la batalla contra la corrupción y hasta en contra de la razón.
El autor es comunicador social