Un nuevo 8 de marzo. Seguramente escucharemos discursos, loas a las mujeres, muchas quejas: violencia, abusos, obstáculos. Prohibido enviar flores. Ni asuetos ni tarde libre. Mujeres de espíritu libre, mujeres felices, mujeres con autoestima, abstenerse de aparecer.
En los últimos años en la sede de gobierno del Estado Plurinacional de Bolivia hay riñas callejeras cada Día de la Mujer. No tan intensas como en la Asamblea Plurinacional, pero parecidas. Hembras contra hembras; hembras afiliadas al Movimiento al Socialismo (MAS) que ejercen sus fortalezas físicas contra otras bolivianas que militan en otros partidos o que no pertenecen a la coordinadora oficialista “de la mujer”.
Entre tanto, ¿qué logros sostenibles han conseguido las luchas feministas? Hace un siglo, las abuelas y bisabuelas comenzaron los reclamos sobre todo con base en los derechos políticos y sociales. La fecha dedicada mundialmente desde 1977 al “Día Internacional de la Mujer” recuerda justamente la masacre contra las trabajadoras de una fábrica de textiles de Nueva York en 1857.
En La Paz, Oruro, Cochabamba, se crearon los primeros círculos y ateneos femeninos o se fundaron revistas para difundir los ideales de las sufragistas europeas. La idea del “cuarto propio” estaba presente en muchos artículos firmados por mujeres alfabetizadas, casi todas urbanas y de clases medias o altas. Varias eran hijas de pedagogos, artistas o políticos liberales. En esos escritos no se convocaba a una pelea contra los hombres ni se negaba la maternidad.
En las minas, los centros económicos más importantes de Bolivia, las organizaciones sindicales fueron alentadas por anarquistas y socialistas y también por las esposas de los mineros que eran las que más sentían el alza de precios o las malas condiciones de trabajo. Así lo recordaban Juan Lechín Oquendo y otros dirigentes en los históricos ampliados de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia donde la memoria era el eje de los debates.
Justamente en 1975, en la Tribuna del Año Internacional de la Mujer, Domitila Barrios de Chungara declaró: “nuestra posición no es como la posición de las feministas; no es contra el hombre, sino junto al hombre, al compañero”, para lograr la liberación personal y colectiva. Ella tuvo que esforzarse para que la dejasen participar en el foro, de ahí el título de su testimonio: “Si me permiten hablar…”, recogido por la socióloga brasileña Moema Viezzer.
En esos años pioneros, se tenía la utopía de que la lucha por los derechos de las mujeres iba a afianzar la búsqueda de un mundo diferente, de un planeta con mayores oportunidades para todos, con más espacio para los espíritus libres y con mayores posibilidades de lograr la felicidad. Esa sensación, esa emoción que buscaban los revolucionarios desde la Convención Constitucional de Filadelfia de 1787. La dignidad humana tan repetida en múltiples declaraciones.
En algún momento se dio el extravío. Quizá desde el inicio; la misma Domitila denunciaba que el machismo y el feminismo eran, ambos, “armas del imperialismo”. Los primeros mensajes de las ONG bolivianas financiadas desde afuera tenían el tono de enfrentamiento contra los hombres, especialmente contra el marido.
El enfoque de género en vez de impulsar la igualdad de oportunidades agrandó la idea de uniformizar a todos, cuando los seres humanos son y serán, siempre, diferentes por una gran cantidad de motivos.
“Ser mujer” se transformó en una etiqueta más perversa que “Ser Hombre” de la época de Adela Zamudio. Los derechos se han convertido en números y no en calidades.
Hay desvíos espantosos como la aplicación de la justicia con “enfoque de género” detallado por la abogada Gisela Derpic. Actualmente el 94% de los presos que saturan las cárceles bolivianas son varones y el 40% por temas de violencia sexual. Basta la denuncia de una mujer para encarcelar a un hombre.
Leo la convocatoria a un premio de periodismo con enfoque de género. En vez de enfatizar la calidad y la decencia, se prioriza una etiqueta de moda. Hay medios de comunicación que condenan antes que los tribunales a un exenamorado y lo llaman “feminicida” antes del proceso, como sucedió con el caso Kushner.
El Gobierno nombra mujeres para ministerios como cuotas de movimientos sociales. No por su capacidad o conocimiento. Mujeres que sirven de florero como la saliente ministra Sabina Orellana o su suplente Esperanza Guevara, cuyo único mérito es ser sindicalista y haber recorrido puestos públicos. Ninguna experiencia en gestión cultural. Quien da seguimiento al portal del Ministerio de Culturas, Descolonización y Despatriarcalización podrá darse cuenta de ello.
Lo peor es la desvalorización de mujeres como Celinda Sosa Lunda, con experiencia para capacitar mujeres campesinas, pero que seguramente no pasaría un examen sobre los tratados que firmó Bolivia. La enviaron a abrazar a los dictadores que denigran a la mujer como Daniel Ortega, Nicolás Maduro y los jerarcas cubanos.
El presidente Luis Arce anunció una “agenda de cooperación estratégica” junto a su par de Irán Seyed Ebrahim Raidi. Irán es el país donde se torturan y matan a cientos de mujeres por llevar mal una prenda obligatoria. Ninguna organización feminista o masista ha protestado. Al contrario, la embajadora Romina Pérez convive con ese horror.
Esas contradicciones revelan la realidad. Importan otros temas, no la dignidad de la mujer, los derechos humanos en todo su alcance. La persona como criatura semejante a la divinidad es un anhelo todavía muy lejano. En vez de avanzar, retrocedemos.