Las elecciones primarias en Bolivia se realizaron por primera vez de forma oficial (antes hubo consultas internas informales) el 27 de enero de 2019.
De los más de 7 millones de electores potenciales, participaron sólo 1.700.000 personas. La ley establece que la elección estaba restringida a los militantes de los partidos, no a la gente en general.
Para todos, salvo para el binomio del MAS, aquel ejercicio fue un despilfarro de tiempo y dinero.
Dichas primarias no fueron una elección en sentido estricto. Nadie eligió nada porque en cada partido había una sola fórmula en la papeleta. Todos ganaban por walk-over... una estafa.
Al MAS le interesaban las primarias porque con ellas avanzaba en la validación de su binomio inconstitucional, mientras la oposición no fue lo suficientemente inteligente como para aprovechar el potencial dirimidor al alcance (saber cuál es el más respaldado). Juntos, los partidos de la oposición movilizaron menos de 30 mil personas. Nada comparadas con los 400 mil masistas que hicieron fila aquel domingo.
Pues bien, se supone que este 2024, como manda la ley, deben volverse a realizar las primarias.
Ahora que la oposición tiene, ya no cuatro, sino al menos 10 candidatos, está necesitada del ejercicio. Sin embargo, el único interesado en unas primarias, que además sean abiertas a todos los ciudadanos, es Carlos Mesa, porque él sabe que podría ganar a los demás recién llegados.
A las fracciones del MAS que se pelean a diario, unas primarias que unifiquen a la oposición le resultarían inconvenientes.
En conclusión, una oposición dividida es beneficiosa tanto en la plaza Murillo como en Chapare, pero también en las tienditas partidarias que han ido proliferando este año ante la expectativa de que la fractura del MAS abra nuevas esperanzas para quien enarbole banderas que no sean azules.