¿Recuerdan a Edgar Villegas, el ingeniero que alertó a la población sobre el fraude electoral de 2019? Espero que sí, considerando que su compromiso ciudadano contribuyó a evitar que el caudillo fugado se convirtiera en presidente vitalicio.
Pues bien, le han iniciado un proceso por “instigación pública a delinquir”. Evidentemente es un conjunto de falacias, un revoltijo de malos argumentos y medias verdades, escritas además, en el dialecto chabacano de ciertos abogados semianalfabetos. Y sin embargo, tienen las de ganar. Probablemente baste una llamada desde el Ejecutivo para apresar a Villegas. En estos tiempos, lo han demostrado en varias ocasiones, ya no se preocupan siquiera por mantener las apariencias.
Me preocupa la situación de nuestro conciudadano, por supuesto, pero no puedo dejar de pensar en el efecto de este proceso en la población. Porque no se trata de castigar a un individuo, sino de intimidar al resto, es decir a aquellos que podrían levantar la voz contra el Gobierno o señalar sus crímenes.
Así, es muy probable que tendremos más artistas, escritores e intelectuales aquejados del curioso “síndrome de prudencia extrema”. Como saben, es un mal del alma que lleva a sus víctimas a evitar toda crítica al poder, por temor o interés, prefiriendo ocuparse de temas irrelevantes y, sobre todo, seguros: criticar a Milei o a la religión, defender el feminismo en Turkmenistán, “apoyar” a los palestinos, promover el lenguaje inclusivo, ocuparse de los derechos de ciertas minorías pintorescas, etc.
Peor todavía, temo que los más jóvenes decidirán que la mejor estrategia de vida es cerrar la boca y desviar la mirada. Terrible, pero, ¿quién podría culparlos? Es el país que les estamos dejando.
Espero que el tema no se olvide ni quede enterrado en la avalancha de trivialidades de los medios... Eso, al menos, sería un signo de esperanza.