Una república es una forma de gobierno y organización del Estado, en la que el poder público es ejercido por representantes del pueblo, ceñidos a un cuerpo de leyes fundamentales establecidas para todos (Constitución), y en el marco de una estricta separación de los poderes públicos.
A días para que esta Bolivia, todavía abigarrada, contradictoria, esperanzada(ora) y conflictiva, cumpla 199 años de independencia, me rondan algunas consideraciones necesarias sobre los tiempos históricos que hacen la esencia libertaria y democrática de esta patria que me vio nacer y me acunó en sobresaltos perpetuos.
Anotando a Octavio Paz, es cuando “me parece reveladora la insistencia con que en ciertos períodos los pueblos se vuelven sobre sí mismos y se interrogan. Despertar a la historia significa adquirir conciencia de nuestra singularidad, momento de reposo reflexivo antes de entregarnos al hacer”.
El hacer, tiene mucho que ver con el cuestionar, inquietar e incidir sobre los que creen que pueden apropiarse de un país y de las conciencias de sus ciudadanos.
Hoy, más que nunca, los bolivianos que defendemos la democracia, las libertades y la institucionalidad, debemos reflexionar sobre lo que nos tocó vivir y el futuro inmediato que auguramos. La patria y la libertad siempre estuvieron bajo amenaza y sitiados por un terrorismo político-demagógico evidente.
La miseria del evomasismo, comandada por el huido y sus elites de poder, todavía ejercen un terrorismo de baja intensidad, flagrante e inaceptable. En esta coyuntura que no acaba de encontrar su identidad que la distinga de un caciquismo neto y que le hizo tanto daño a la patria, los peligros de perder la institucionalidad, la poca libertad y justicia que nos queda, son inminentes.
En este país no existe el imperio de ley, está secuestrado para ser acomodado a las necesidades del mandamás y su élite que ejerce micropoderes absolutamente corruptos. Así, desde hace 17 años, esta hermenéutica premeditada, soberbia y mediocre para administrar la patria, ha llevado hasta los puntos más inverosímiles de confrontación social.
Si la Revolución del 52 sirvió para que Bolivia ingresara a una nueva etapa histórica de modernización, de conocimiento y reconocimiento político, social y cultural. Las décadas venideras conformaron un nuevo esquema de convivencia e instrumentalización de las líneas marcadas por la revolución.
Es en esta etapa de transformaciones, cuando Bolivia afianza ese su presente histórico y vislumbra su futuro hacia una construcción nacionalista, pero también con una polarización social compleja y profunda.
“Bolivia sufre la historia y no la hace”, decía Zavaleta Mercado. “La nación boliviana existe, pero no es; es una nación en sí y no para sí”.
En este país de paradojas, el ciudadano se siente atrapado entre la luz y la oscuridad, “oscila entre poderes y fuerzas contrarias, ojos petrificados, bocas que devoran”. ¿Unas a otras? ¡Se desconocen! ¡Se ofenden! ¡Se desdicen! ¡Se condenan!
Esta Bolivia que aún sufre su tiempo histórico de falsos procesos de cambio, todavía no es capaz de procesar un cambio de mentalidad y de acción. A penas, en pos de la modernidad, se mueve entre un pasado oscuro que no atisba el presente ni sospecha la existencia de un porvenir, y se resigna a vivir petrificada, inmutable, esperando que el tiempo, su tiempo, vuelva a votar dádivas.
El presente exige capacidad, voluntad y liderazgo. La primera, para asumir con responsabilidad el desempeño y las exigencias de una realidad cada vez más acelerada. La segunda, para ejercer con ética y espíritu democráticos los desafíos del presente y los logros del mañana. El tercero, para conducir a una patria construida, sin oblicuidades, preferencias políticas, resentimientos antropológicos ni culturales. No a imagen y semejanza del mandamás, sino a la de un pueblo forjador de su propia historia que tiene el derecho a vivir en armonía y en un estado de bienestar.
“Nadie es la patria, dice Jorge Luis Borges. Ni siquiera el jinete que, alto en el alba de una plaza desierta, rige un corcel de bronce por el tiempo, ni los otros que miran desde el mármol, ni los que prodigaron su bélica ceniza por los campos de América o dejaron un verso o una hazaña o la memoria de una vida cabal en el justo ejercicio de los días. Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos (…)”.
A 199 años de vida independiente, todavía la patria sueña, balbuce, mendiga futuro y democracia consolidados.
La historia de Bolivia es la del hombre que busca restaurar sus alas de libertad, amputadas, yo creo, en la Conquista, en la Independencia, en las sucesivas dictaduras o en los 17 años de un gobierno mediocre y corrupto que cercenó la dignidad y la ética de gran parte de sus ciudadanos.
Y aún nos debemos cuestionar sobre nuestro derecho a ser lo que queremos ser y cómo llegaremos a lo que deseamos, y no lo que nos impongan, esa debe ser una constante intransferible que no puede volver a cruzarse en nuestra historia como un cometa de jade, que de vez en cuando relampaguea esperanza.
La República, esa puerta abierta invencible que jamás se cerrará. Nos sigue y nos cobija en su seno como sus hijos legítimos. Nosotros, los que nacimos en la República de Bolivia y aprendimos las primeras lecciones de solidaridad, dignidad, honestidad, democracia y, sobre todo, unidad, jamás torceremos la mirada hacia otras imposturas que no sean las de la unidad en nuestras diferencias.
La República de Bolivia fue, es y seguirá siendo la luz perpetua que nos garantice que el cargo y el poder de un puñado de políticos delincuentes sea temporal. Evitando que los gobernantes sean los “dueños” y capataces del Estado.
En Bolivia, todo está quebrado. Todo es una afrenta. No existe un horizonte claro y halagüeño que vislumbre una salida. Como decía Zavaleta Mercado, “El yo individual, en efecto, está incompleto y sin sosiego, frustrado y preso cuando no se realiza el yo nacional”.
En consecuencia, el yo personal no puede actuar, administrar y razonar a espaldas del yo nacional.
El autor es comunicador social