Era junio de 2017 y hacía unos días había presentado, en el paraninfo de la Universidad Católica Boliviana, mi libro sobre la vida de Guillermo Bedregal Gutiérrez. Un día de aquel otoño recibí una llamada de Gladys Mita, del Grupo Fides, para que fuera a hablar sobre el libro acerca de la vida y obra del controversial político del Movimiento Nacionalista Revolucionario, en el programa de entrevistas del padre Eduardo Pérez Iribarne (el “cura Pérez”, como muchos le decían), El hombre invisible. Al principio dudé: me daba un poco de miedo ser entrevistado por un entrevistador de tanta experiencia y además polémico (un viejo lobo de mar), sobre un libro que narraba la vida de un político polémico y controvertido. ¿Qué preguntas me haría? ¿Sería incisivo, como durante su larga trayectoria de periodista lo había sido con varios de sus entrevistados? Yo tenía entonces 22 años y él 73. Y justamente hacía unos días había visto una entrevista suya a un escritor y diplomático boliviano, en la que este había quedado malparado por las incisivas preguntas del “hombre invisible”. Sin embargo, me sobrepuse al nerviosismo, puse con algunos ases sofísticos bajo la manga y fui al set de televisión. Fue la noche del 5 de junio de aquel año.
Como la vida está repleta de lecciones, mi entrevista con el padre Eduardo me enseñó que a veces lo que puede pintar malo resulta muy agradable o gratificante, pues desde el primer momento Eduardo se mostró afable y hasta cariñoso conmigo. Le obsequié el libro con una dedicatoria, lo hojeó y me comenzó a contar algunas cosas que recordaba sobre Bedregal. “Me acuerdo que era muy sabio, muy ilustrado”, me dijo. La entrevista se desarrolló en un ambiente de mucha cordialidad, acaso de sinergia entre ambos, y en los espacios para los avisos publicitarios comentábamos sobre otro tipo de cosas que estaban más allá del tema que nos había reunido aquella noche, como algunos libros y música. Creo que una semana o dos después, fue mi padre quien estuvo en el mismo set, pero hablando sobre la elección de magistrados que se avecinaba y haciendo un análisis sobre la situación del Órgano Judicial.
Eduardo Pérez fue una institución periodística: introdujo un estilo de hablar muy particular y una forma de analizar y preguntar siempre irónica, fina y crítica (como debe ser en todo buen periodismo), y además fue un buen gestor de lo que es Fides como empresa. Era un ávido lector y un hombre de la vieja escuela que había compartido micrófono con periodistas de grueso calibre, muchos de los cuales hoy ya no están entre nosotros, y por eso su valía profesional resaltaba más en esta nuestra época, tan llena de presentadores de televisión que se arrogan el título de periodistas, escritores condescendientes con los poderosos y medios informativos complacientes con el régimen o sencillamente amarillistas. Por todo ello, creo que no exageramos si reputamos al Tata Pérez como leyenda del periodismo boliviano.
¿Por qué elegir como hogar un país siempre inestable, siempre enfrascado en peleas mezquinas y en faccionalismos sin sentido? Quizás justamente por ello: para aportar con algo en un lugar que realmente lo necesita. Una vez, en 1994, Carlos Mesa organizó un muy instructivo debate entre Eduardo Pérez, que representaba al catolicismo, y Toto Salcedo, de Ekklesía. En ese instructivo, memorable y muy emotivo intercambio de pareceres, el cura Pérez dijo que lo que debía hacer un cristiano era buscar la verdad, pero que esta siempre nos superará. Esa búsqueda de la verdad, hoy puesta en tela de juicio y relativizada por las nuevas tendencias filosóficas y políticas en boga, fue la brújula en la labor periodística del Tata.
El 27 de agosto, hacia el mediodía, fuimos con mi papá al templo del Sagrado Corazón de Jesús, donde se había instalado la capilla ardiente de Eduardo. Entonces lo vi por última vez. Su rostro blanco, de rasgos finos, parecía de cera, estatuario: dormía en una paz eterna. Al verlo, me transporté a esa fría noche otoñal paceña de 2017 cuando fui donde el “hombre invisible” para que me entrevistara, y lo escuché preguntándome sobre mi afición por la escritura y departiendo sobre temas librescos y culturales. Entonces, viendo aquel rostro que traducía solamente paz, le pedí que rogara por todos. Y me fui.
Tata, si pudieras leer estas palabras, te quisiera decir que hiciste lo que tenías que hacer, o al menos más de lo que un ser humano medio hace en este corto tránsito terrenal. Como tu vida tuvo como horizonte a Cristo, tu propósito se debió haber cumplido cabalmente. Seguramente tu espíritu ya estaba en orden para cuando tu corazón dejó de latir y tu mente de pensar. ¿Para qué seguir prolongando más esta existencia, que es un mero tránsito hacia otra dimensión?
¡Volá alto, Tata!