En los últimos meses, la percepción de una supuesta fractura dentro del partido de gobierno ha captado la atención tanto de la ciudadanía como de los medios de comunicación. Sin embargo, yo no termino de creer que esta ruptura sea irreversible. A pesar de las disputas internas que se presentan con gran dramatismo, pareciera que estas son parte de una estrategia que oculta la realidad de un partido que sigue siendo más fuerte de lo que aparenta.
Uno de los principales focos de esta ficticia división es la designación del fiscal general del Estado. La Constitución otorga la responsabilidad de este nombramiento a la Asamblea Legislativa, pero hasta ahora no se han reunido los votos necesarios para elegir al nuevo fiscal. Este estancamiento ha llevado a especulaciones de que el presidente Luis Arce podría tomar la decisión unilateralmente y nombrar al fiscal por decreto, lo que agudizaría las tensiones con los sectores afines al expresidente Evo Morales.
Esta disputa parece más un espectáculo mediático que una ruptura nítida. A lo largo de los años, el MAS ha demostrado su capacidad de gestionar diferencias internas, lo que lleva a pensar que el partido de gobierno aún tiene margen para negociar y mantener la unidad, siempre sobre la base de la monstruosa burocracia estatal, que reúne sin distinciones a los evistas junto con los arcistas; muestra clara de que aquí no hay fractura. Si la hubiere algunos de los bandos sería expulsado del aparato estatal, con una serie de conflictos violentos y algunas muertes físicas, que sorprendentemente no han ocurrido.
Otro elemento que contribuye a esta narrativa de división es la disputa pública entre el ministro de Justicia y el presidente de la Cámara de Senadores. Ambos se han acusado mutuamente de bloquear los procesos de selección de candidatos para varios cargos clave en el Órgano Judicial que han quedado vacantes, incluyendo el del fiscal general. Todo parece indicar que este tipo de confrontaciones forma parte de un guion donde ambos sectores juegan a mantener una disputa que no llega a tener consecuencias serias para el partido.
El Chapare, bastión histórico del MAS y del liderazgo de Evo Morales, ha sido el escenario de varios congresos políticos con el objetivo de elegir una nueva directiva que represente al partido de gobierno. No obstante, los esfuerzos por llegar a un consenso han sido infructuosos, ya que tanto los seguidores de Arce como los de Morales siguen postergando un acuerdo definitivo. El Tribunal Supremo Electoral (TSE) también ha jugado un papel en esta supuesta división, al extender el plazo para que los partidos políticos, incluido el MAS, presenten las listas de sus directivas elegidas. Esta ampliación de tiempo ha sido vista por muchos como una maniobra que otorga al partido de gobierno el oxígeno necesario para prolongar su “actuación” de disputa interna, sin necesidad de tomar decisiones definitivas en el corto plazo. Con todas estas maniobras concertadas el MAS gana tiempo y presenta una imagen de división que en realidad podría no ser más que una estrategia para desviar la atención de otros temas críticos del país, como la crisis económica, la desaparición de los dólares y ahora los resultados del censo.
En medio de esta compleja dinámica interna, ha surgido la posibilidad de que el presidente Arce y el vicepresidente David Choquehuanca, sean expulsados del MAS. Sin embargo, esta idea ha sido recibida con desconfianza por parte de la ciudadanía. La supuesta fractura del MAS, que ha sido amplificada por los medios de comunicación y las redes sociales, parece, en muchos aspectos, una estrategia calculada más que una verdadera división partidaria. Las tensiones sobre la designación del fiscal general, las disputas entre ministros y senadores, los congresos infructuosos en el Chapare y las amenazas de expulsión de líderes clave no han resultado en acciones contundentes que sugieran una ruptura definitiva y rabiosa.
En cambio, todo indica que el MAS sigue manejando sus conflictos internos de manera pragmática, utilizando la narrativa de división como un recurso político para mantener a sus bases movilizadas y desviar la atención de temas más urgentes. A pesar del ruido, el partido de gobierno parece estar lejos de una fractura irreversible. Para mí, todo es parte de una puesta en escena, con actores bien coordinados y un guion que aún tiene varios capítulos por escribir. Entre estos capítulos teatrales espectaremos los “sillazos entre masistas”, que se han convertido en la calistenia más violenta y jocosa que he visto.