Santa Cruz honró los 214 años de su grito libertario y lo hizo con el orgullo de quien va logrando los objetivos propuestos en un camino no libre de dificultades. En el hecho festivo de cada año, la Feria Expocruz es posiblemente el acontecimiento de mayor orgullo de toda la ciudadanía cruceña, y a pesar de ello, no recibió el acompañamiento de las autoridades nacionales. Como si fuese un hecho irrelevante, no merecedor de constituirse en una plataforma nacional desde la cual dejar unas miradas opinativas a los bolivianos del país entero y de la región en particular. La presidencia del Estado se mantuvo al margen de la mayor cita económica, empresarial y productiva del país, tampoco aparecieron otras comisiones de parte del poder central, la Vicepresidencia del Estado estuvo, por supuesto, también ausente de los eventos del homenaje.
Por las mismas horas, el alcalde/candidato de Cochabamba imaginaba y lo decía, que era suficiente que Santa Cruz contase, en un eventual gobierno suyo, con unos cuantos ministros, pues la vicepresidencia debía ofrecérsela a una mujer aymara de occidente.
La mirada que el político de occidente —los que se dicen presidenciales— tiene sobre Santa Cruz y el lugar de importancia que la región debe ocupar en la mirada nacional termina siendo, de una u otra manera, siempre desconsiderada para con toda la ciudadanía cruceña. Reflexiva y conclusivamente, sostengo que el concepto de la relación oriente/occidente del país, en el espacio productivo, político y social, debe situarse en la idea y decisión de los gobernantes de trabajar bajo patrones integrales de complementariedad y acompañamientos mutuos.
La diversidad poblacional, cultural, económica y territorial misma, unida a la particularidad muy singular de su organización societal, configura la necesidad de una atención trabajada en el marco de visiones integrales del desarrollo nacional, donde las ideas e intencionalidades políticas de hegemonías en dominancia cedan su paso a la resignificación de la relación bajo un modelo de complementariedades que abone, primero, la convivencia social mínima, necesaria para reintegrar el país en apoyos, desarrollos y potencialidades que deben ser impulsadas. Esto expresa la urgencia, en el tiempo actual, de comprender otros modelos posibles, distintos de aquellos que nos han enfrentado cíclica e históricamente, esos que se caracterizaron como sustitución circular de élites, y que deben ser retirados y sustituidos por una nueva ingeniería política que apuntale las convivencias sociales y las agregaciones políticas y económicas como hecho primero en la necesitada reconfiguración nacional/estatal.
No hay espacio político social posible, pero tampoco histórico, para seguir dividiendo el país entre el mundo andino y aquel de tierras bajas, inclusive dentro de los proyectos de la izquierda de antaño, se pensó separadamente una izquierda proletaria y obrera de aquella campesina, facilitando así y con el mismo voto popular la vigencia de estructuras política partidarias propias del neoliberalismo. Hoy, debemos reflexionar en la posibilidad de establecer una unidad dual sociológica basada en la complementariedad de los distintos, de esos que se miran y se abordan como contradictorios y opuestos.
En la regla de los opuestos, lo que no funciona exige que se haga de otro modo, no implica su negación sino, en todo caso, su contraparte y su complemento, puesto que, como ocurre en nuestra distribución societal y territorial, el occidente y el oriente, con sus originalidades y rarezas, están desde el origen, indisolublemente juntos. Bajo esa caracterización innegable, un país como Bolivia, de profunda diversidad social y modos dispares de organización societal y vida económica debe comprender que, en los Estados multisocietales se instala una intergubernamentalidad de facto que es parte de relaciones coloniales y de conflicto, una situación de proximidad a hechos de autogobierno y no admisión de autoridades en diversos espacios políticos no aceptados.
Las relaciones intergubernamentales exigen una reflexión sobre la necesidad de reconocimientos igualitarios de las formas políticas, sociales, económicas y de las caracterizaciones culturales que deberá enfrentar el futuro gobierno del año 2025 y el mismo sistema político. No se podría seguir buscando formas disfrazadas de construcción de hegemonías polarizadoras sin comprender que la diversidad existe en estos territorios y que la dominación no es posible, y menos conveniente.
Lo que se pensó en el inicio del proceso de inclusiones y transcurridas ya prácticamente dos décadas, ha quedado rezagado como idea de horizonte futuro. La realidad, de manera rotunda demuestra que la sociedad de iguales no es solo una cuestión de representación política correcta, que de sí es fundamental, sino que requiere, en el nuevo ciclo y realidad, pensar la forma política para una sociedad que pueda ensamblarse en todas sus regiones y formas presentes para enfrentar la desigualdad aún vigente, que fue generada por posiciones que comprendieron, sociológicamente, que la hegemonía dominante, era el método que asegurase el proceso de cambio por un tiempo indefinido.
La democracia y la democratización deben ser siempre una estrategia para evolucionar, cambiar y transformar las formas de gobierno, de Estado y de poder; organizar la vida política de los bolivianos lejos de las intolerancias y reparar en la idea de complementariedad como aquello que señale el nuevo vivir de las regiones.