Con mucho orgullo, hace más de 30 años tuve el placer de escribir una nota sobre Misha Pless, reconociendo su extraordinaria capacidad intelectual. Pless, nacido en Cochabamba el 25 de noviembre de 1962, se destacó desde muy joven como un estudiante excepcional en el Colegio Americano, donde fue el mejor alumno desde su primer día hasta el último. Debido a su sobresaliente desempeño académico, sus compañeros de colegio lo apodaban cariñosamente “chalpiri”
Desde su niñez, Misha mostró un gran talento para la música, especialmente para el piano, don que heredó de su madre. Recuerdo con especial cariño a sus distinguidos padres, amigos cercanos durante muchos años, y cómo conocí al pequeño “Misha” con sus pantalones cortos, un niño que siempre sorprendía por su inteligencia y madurez. A menudo acompañaba a su padre a la confitería Zúrich, donde nos reuníamos, y ya entonces era evidente que estábamos frente a una mente brillante. Nos impresionaba no solo por su conversación, sino también por sus interpretaciones musicales cuando asistíamos a su hogar.
Si bien su habilidad para el piano era sobresaliente, fue su pasión por la medicina lo que lo llevó a obtener una beca presidencial para estudiar en una de las mejores universidades de Norteamérica. Con el tiempo, Misha se convirtió en un renombrado médico, y durante su estancia en la Universidad de Harvard tuvo la oportunidad de colaborar con premios Nobel. Actualmente, es médico de planta en la prestigiosa Clínica Mayo, considerada una de las mejores instituciones médicas a nivel mundial, donde los profesionales son reconocidos por su excelencia.
Es sorprendente y profundamente gratificante ver cómo aquel joven de pantalones cortos, que conocí en su niñez, ha llegado tan lejos gracias a su capacidad y dedicación. Misha Pless es, sin duda, un Boliviano de Oro, y un motivo de orgullo para todos
Según me contaron en la Universidad de Stanford, fue uno de los primeros bolivianos en asistir con una beca. No fue tanto por sus notas, sino porque tocaba el piano (curioso, ¿no?). Al final, se graduó con tres títulos: química, biología e historia.
Gracias a esa mezcla entre su vida como músico y su interés por la neurociencia, obtuvo una beca presidencial para estudiar medicina. Mientras tanto, en su habitación siempre ondeaba la bandera de Bolivia y colgaban ponchos y aguayos que traía de Cochabamba, para mostrar a su compañeros de dónde venía y lo hermoso que es su país y el orgullo de ser boliviano
Entre las anécdotas más curiosas, un compañero suyo de esa época es hoy el rey de Bélgica, y otro terminó siendo astronauta en el programa del Space Shuttle (¡y fue al espacio cinco veces!).
Después, paso seis años entrenándose en neurociencia en Harvard, rodeado de premios Nobel y científicos de talla mundial. Fueron años de gran inspiración. A finales de los 90, se apasionó por la neuroinmunología y la esclerosis múltiple. En aquel entonces, la enfermedad era casi una sentencia de vida en silla de ruedas, pero participó en estudios que ayudaron a cambiar eso. Hoy en día, gracias a esos avances, muchos pacientes pueden llevar una vida casi normal.
Lo que más le mueve es enseñar y compartir lo que sabe con estudiantes y residentes que, al igual que el, tienen esa sed de conocimiento. Fue profesor en la Facultad de Medicina de Harvard, y luego la vida lo llevó a Suiza, donde continúo haciendo lo que ama: practicar neurología, investigar en neurociencia y buscar tratamientos para enfermedades que afectan al cerebro y los ojos
Ha recorrido el mundo entero, compartiendo tanto con la realeza europea como con los campesinos de Vinto. Se siente igual de cómodo en ambos mundos, porque para él todos son iguales.
Sus héroes: su padre Werner, por su amor inagotable por el conocimiento; su madre Elena, por su pasión por la música.
Es orgullosamente judío y reza por la paz en Israel.
Toda su existencia demuestra que es un boliviano de oro, lo cual hace orgulloso a sus cuatro hijos.