Mientras nuestros vecinos enfrentan con pragmatismo los desafíos de la crisis global, Bolivia está sumida en una vorágine de luchas intestinas.
Argentina, aunque tambaleante, emerge del pantano populista de los Kirchner; Chile avanza con disciplina; Paraguay sorprende por su energía; Brasil sueña con sentarse entre las potencias, y Perú está a días de inaugurar Chancay, el puerto más grande de Sudamérica, que promete rediseñar el comercio en la región.
¿Y Bolivia? Seguimos atrapados en el remolino de ambiciones desmedidas, lideradas por Evo Morales y el MAS, mientras una multitud cegada por el oportunismo ignora el abismo hacia el cual nos arrastra, apoyando un bloqueo irracional y el intento de legalizar la candidatura de Morales, además de eximirlo de abominables acusaciones, como el abuso sexual de menores. Afortunadamente, el bloqueo está en estertores pre mortem.
Como anotamos en una columna anterior, Bolivia ya quedó fuera del mentado corredor bioceánico Atlántico-Pacífico que, desde los puertos de Brasil, atraviesa Paraguay y Argentina, para llegar a Chile. No se puede cerrar los ojos, Bolivia se ha convertido en el vecino incómodo, identificado no por su progreso sino por la rutina de bloqueos y barreras comerciales.
En un intento tardío por evitar el colapso, hace unas semanas el presidente Luis Arce relajó algunas de las restricciones comerciales; eliminó específicos aranceles y autorizó la compra de productos básicos desde ultramar, buscando apagar el fuego en lugar de haberlo prevenido.
Pero la cuestión de fondo es más desoladora: el pueblo boliviano, especialmente en áreas indígenas y campesinas como el Chapare, sigue preso de lealtades forzadas. Es un inquietante esquema de control para el “jefazo” con una paga mínima por bloqueos, manipulación sindical y coacción territorial que aún sujetan a una población que parece inerme ante su propia explotación. Sin embargo, el cansancio comienza a asomar.
En este sombrío panorama, y a un año para el fin del mandato del MAS, nuestro vecino Perú inaugurará el megapuerto de Chancay. Y esta oportunidad debería ser uno de los objetivos de la estrategia internacional, porque sin duda será una puerta a nuevas rutas comerciales en el Pacífico y una oportunidad para atraer inversiones para sinergias público-privadas que incentiven y movilicen la producción nacional hacia el Asia.
El puerto de Chancay, ubicado a 70 kilómetros al norte de Lima, se presentará en los próximos días en la cumbre de presidentes del Foro de Cooperación Económica de Asia-Pacífico (APEC) en Perú, a pesar de algunos contratiempos y demoras.
La magnitud de este proyecto es innegable: con una inversión cercana a los seis mil millones de dólares en su primera etapa, está diseñado para contar con un calado de unos 18 metros, permitiendo recibir barcos con capacidad para 20 mil contenedores de carga, como ningún otro en Sudamérica.
Financiado en un 60% por la empresa china Cosco Shipping y el resto por la peruana Volcan, este puerto reducirá en un tercio los tiempos de transporte entre América Latina y Asia, además de disminuir considerablemente los costos comerciales.
Como parte del aislamiento diplomático de Bolivia, impuesto por Luis Arce, el país ni siquiera ha realizado una aproximación al esquema de cooperación a través de alguna vía. Claro, no tenemos ni embajador en Lima.
Sería prudente que el Gobierno despierte y encamine algún avance, para dejar un mínimo de gestión a la próxima administración, a fin de que en el futuro el país pueda aprovechar las ventajas de este escenario tan cercano, apenas a cientos de kilómetros de nuestra frontera con Perú. El país necesita, con urgencia, recuperar el rumbo y posicionarse en la senda del desarrollo que marcará Chancay.
El autor es diplomático, abogado y periodista