Ángela Camacho tiene 45 años, es hija de padres bolivianos que migraron a Argentina. Ella nació en este país y tuvo que abandonarlo en plena crisis económica, durante el llamado “Corralito” argentino.
Ha tenido mil vidas desde que hace dos décadas emigró a Londres, o como ella llama a esta ciudad, “la barriga de la bestia”, pero siempre ha visualizado una meta: convertirse en una “buena antepasada”.
Activista y artista, asesora y da charlas en algunas de las instituciones culturales británicas más influyentes como el Southbank Centre, Barbican y la Tate Modern, y se define como bruja, indígena descendiente, creativa, “ancestra en camino” y organizadora comunitaria.
También como trabajadora doméstica y cuidadora de dos niños, de lunes a viernes y de ocho a cinco, una actividad que no quiere abandonar pese a sus cada vez más frecuentes colaboraciones culturales porque le proporciona, dice, libertad económica.
Pero en ninguno de esos ámbitos acepta perder su identidad ni sus conocimientos milenarios: los de sus abuelas indígenas, dos bolivianas paceñas que tras migrar a Buenos Aires siguieron hablando quechua y aimara, se guiaban por el calendario agrícola e iban vestidas de cholas.
“Mantener el legado es un trabajo de vida”, explica en una entrevista con EL PAÍS. “No hay una forma perfecta de ser indígena, es algo que me ha costado años aprender”, reflexiona. “Estamos desplazados, pero seguimos las prácticas de nuestros antepasados… yo soy una extensión de mi territorio, y no voy a dejar que me fragmenten”. Con sus reivindicaciones, esta mujer de trato cercano se está convirtiendo en un referente para la comunidad indígena y latinoamericana migrante en Londres. “Me dijeron que era la cara del ecofeminismo, y tuve que buscarlo en Google”, ríe con desparpajo.
Parte de su último trabajo como artista se ha expuesto recientemente en la muestra Against Apartheid, en Plymouth, al sur de Inglaterra, una exposición sobre cómo el cambio climático hará la vida imposible para una parte de la población mundial. La obra de Camacho es un archivo formado por collages de mujeres indígenas americanas que ha creado con su teléfono móvil para dar a conocer sus vidas y que ha ido publicando a modo de enciclopedia online en su cuenta de Instagram, @thebonitachola, con más de 30.000 seguidores. Su objetivo es visibilizar a la población indígena para “derribar los cercos informativos” que existen sobre ella. “Somos menos del 5% de la población mundial y defendemos el 80% de la biodiversidad del mundo”, afirma.
Ella misma reivindica su pertenencia a la población indígena, aunque desde el asfalto gris de la diáspora, donde no siempre lo tuvo fácil. Llegó con 23 años, como estudiante, al Reino Unido, donde pasó 10 años indocumentada, sobre todo porque no podía asumir el coste de una visa temporal que debía renovar cada dos años y que en su caso ascendía a unos 3.000 euros. No es algo poco común. Madre soltera, se recuerda vendiendo pasteles con un carrito en el centro comercial de Elephant and Castle, pintando caras, como limpiadora y, lo cuenta sin tabúes, también como prostituta. Fue precisamente en esa etapa cuando tejió una red, consiguió su visado y salió adelante. “A mí la comunidad me salvó. Las putas me salvaron, y estoy orgullosa de decirlo. Mi trabajo nace desde las raíces de la comunidad, crece y se nutre desde ese espacio. Siempre vuelvo a ese punto”, afirma.
Ahora busca no dejar a nadie fuera. Lo hace con talleres de bordado intergeneracional para que los más jóvenes —muchos huérfanos de referentes— conozcan sus raíces. También con redes vecinales en centros sociales, como el del barrio multicultural de Brixton, en los que se discuten asuntos que afectan a la comunidad latinoamericana, desde la explotación laboral hasta cómo optar a fondos para organizar eventos culturales.
En los museos e instituciones culturales con las que colabora, su audiencia es diferente. “Durante mucho tiempo me negué a participar en estos espacios, que no están hechos para —sino sobre— cuerpos como el mío”, recuerda. Pero ahora cree que son esenciales para salir del eurocentrismo e iniciar conversaciones incómodas. Por ejemplo, sobre feminismo, un movimiento que, sostiene, tampoco fue creado para cuerpos negros. O sobre la herencia colonial en la homofobia. “Históricamente, nosotros teníamos cinco o seis géneros, doble espíritu… se concebía el género de una manera más espiritual. Cuando llegan los colonos traen con ellos la homofobia”, explica Camacho en alusión a investigaciones que concluyen que algunos pueblos indígenas tenían más de dos géneros.
Para Camacho, la clave para curarse de los daños del colonialismo es practicar una “memoria larga”. En redes sociales lanza un recordatorio cada 31 de octubre: “Mi cultura no es tu disfraz”. “Para los que piensen en disfrazarse de Pocahontas, hawaiana, cacique… les pediría que enciendan una vela y reflexionen sobre aquellos que se han ido, por los que no están y por todo lo que ellos tuvieron que pasar antes que nosotros”. Y termina con una invitación: “Practiquen para ser un mejor ancestro en el camino”.