La libertad de expresión de la que gozamos en Bolivia es, por darle un calificativo, imperfecta. Entre políticos se dicen de todo, los columnistas podemos criticar casi sin restricciones, pero el Gobierno ejerce presión económica sobre los medios que cobijan la crítica. Como en Bolivia lo imperfecto es sinónimo de bueno, de eso no hay que quejarse.
En todas partes la legislación establece límites a la libertad de expresión, en casos de injurias, discursos de odio, etc. Sin embargo, incluso en países donde hay una doctrina bien desarrollada sobre esta cuestión, cada vez surgen ambigüedades que ponen a prueba esa doctrina.
Es lo que pasa, por ejemplo, ahora en EEUU y en Europa, donde se ha llegado a calificar de antisemitismo –y por tanto discurso de odio– cualquier defensa de la causa palestina. Esas ambigüedades han costado la cabeza a las rectoras de Harvard y Universidad de Pennsylvania. En Brasil, una asociación israelí ha pedido la prisión de un periodista por defender el boicot a Israel, acusándolo de antisemita. (El periodista es judío).
En nuestro actual panorama político, hay temas sin duda más candentes que la libertad de expresión, pero ciertas evoluciones políticas y culturales más allá de nuestras fronteras cuando no rebalsan nos salpican, y ya se siente chilchear.
La izquierda se excede
La madeja de la que quiero jalar comienza con la vieja izquierda, aquella del Manifiesto comunista, cuya principal bandera era la suerte de los desposeídos. Como sabemos, esa izquierda tuvo sonados fracasos, quemando en el camino ideales e idealistas, hasta quedar prácticamente descalificada como opción; al menos en su versión original.
Unas generaciones después, en los países donde no había clima político para hacer de los pobres bandera, la agenda de la izquierda se abrió a cuestiones de inclusión, diversidad e igualdad. Ahí entraron el feminismo, la libertad sexual, los derechos de minorías, etc.; todas cuestiones que se desprendían de un idealismo que buscaba justicia social en un sentido amplio y que tenían en común con aquella vieja izquierda una preocupación por la igualdad y la suerte del otro. A esta agenda, asociada al liberalismo, se le dio el nombre de progresista, pues no se entiende el progreso social sin avances en esas cuestiones.
Sin embargo, a medida que fue ganando fuerza de autoridad, algunos defensores de esa agenda, más dogmáticos que valientes, comenzaron a errar por un exceso de celo que ha alcanzado niveles de estupidez de antología y que caracterizan lo que se vino a llamar la cultura de la cancelación.
Por ejemplo, en Estados Unidos un profesor de chino explicaba que en este idioma las personas, para no detenerse al hablar, usan la muletilla niga, como en castellano usamos “este”, o “eh”. Un alumno se sintió ofendido porque la palabra le sonó a nigger –palabra muy ofensiva en inglés– y se quejó a la universidad. El profesor fue suspendido.
Lo llamativo no es que alguien se sintiera ofendido por una palabra fuera de contexto –los idiotas nunca faltan–, sino que la universidad validara esa ofensa. Ejemplos como ese hay varios. En algunos casos, no pasan de accidentes verbales o hechos aislados, pero se ha ido configurando un clima de censura contra todo aquello que alguien, en su mejor o peor juicio, pueda considerar atentatorio contra las banderas progresistas.
La derecha contraataca
Como reacción comprensible a estos excesos, se comenzó a gestar un movimiento de la derecha, que, sin hacer distinciones entre los aspectos legítimos de aquella agenda y sus excesos, resume así su visión:
“Académicos y administradores ya no se limitan a impulsar políticas progresistas, sino que están transformando las universidades en instituciones dedicadas al activismo político y a adoctrinar a los estudiantes con una ideología de odio”, advirtió un informe de la Universidad de Texas. “Esa ideología es Diversidad, Equidad e Inclusión”.
En estas batallas culturales, la derecha está siempre mejor organizada y financiada, y esa reacción viene adquiriendo connotaciones reaccionarias con sus propios excesos. Ya hay estados en el país del norte, donde los profesores están prohibidos de hablar de cuestiones de raza o género, donde libros que tocan esos temas están siendo retirados de las bibliotecas escolares, etc.
“Nuestra cultura sexual no se curará hasta que volvamos a estar de acuerdo en que la homosexualidad pertenece al armario y en que una sociedad sana requiere patriarcado” (sic), dijo el líder del proyecto anti-DEI (anti Diversity, Equity, Inclusion).
“(…) Deberíamos utilizar el término que tenga más probabilidades de estigmatizar el movimiento. Deberíamos llamarlo “justicia social” (…) Aunque nadie querría favorecer la discriminación, la justicia social podría estigmatizarse para que cuando la gente la oiga genere sospechas”. (Cita el NYT en Inside the anti-DEI crusade).
“Nuestro proyecto proporcionará a los legisladores los conocimientos y las herramientas que necesitan para dejar de financiar el suicidio de su propio país y de la civilización”. (Idem)Entre los blancos de la derecha está la educación. “Las legislaturas estatales podrían despojar a los ‘profesionales de la educación’ del poder de decidir qué enseñar e incluso acortar la jornada escolar para que los jóvenes pasen menos tiempo en clases”. Este sí es un verdadero suicidio cultural.
Todo aterriza en la región
En esas citas aparecen temas comunes a un nuevo discurso político en la región: la paranoia con la izquierda, la homofobia y el machismo, la estigmatización de la justicia social y una supuesta crisis de Occidente.
En nuestro país, la derecha libertaria todavía no se ha lanzado al ataque en la cuestión educativa y la libertad de expresión no parece estar entre sus planes, pero la agenda anti-progre incrustada entre los libertarios cuestiona las libertades reproductivas y de género. Estas posiciones son contrarias a la libertad de cuya bandera tanto presumen los libertarios, pero lo cierto es que la única libertad que de verdad buscan es la de hacer negocios sin regulaciones laborales o medio ambientales. Milei quiere prohibir las manifestaciones y temo que otras libertades serán sacrificadas en el altar de la guerra cultural en la que se empeñan las bases más retrógradas del libertarismo.
El hecho es que la libertad de expresión, insumo imprescindible para la democracia y el desarrollo armónico de una sociedad, está siendo cercenada. Se configura un panorama global de reducción de las libertades, no como consecuencia del totalitarismo de antaño, sino de movimientos culturales de izquierda y derecha, que están erosionando la tolerancia, el bien político más precioso. Ella evita que la libertad lleve al enfrentamiento.
Países como Brasil, Chile, Perú, Paraguay, Uruguay, Costa Rica y otros, que no practican ni han practicado prolongados subsidios, han liderado y siguen liderando crecimiento económico, así como mayor estabilidad económica y social en la región.
Sus ciudadanos y empresarios se han tornado competitivos, acostumbrado y adecuado a las fluctuaciones de los precios de la energía.
Los subsidios son necesarios por alguna emergencia o necesidad temporal, pero no pueden mantenerse eternamente.
En algunos países se practica la focalización de los subsidios a los más vulnerables. De preferencia estos subsidios focalizados deben ser en dinero y no en especie, porque rápidamente se fomenta el mercado negro
Por ejemplo, en el caso del gas licuado del petróleo, se puede entregar el equivalente de un consumo mensual a domicilios que tengan escaso consumo de energía eléctrica o algún otro medidor de segmento social.