Dicen que la Covid-19, con nuevo traje, nos visita nuevamente, desde luego que no viene gratuitamente, alguien tendrá que pagar su llegada y si es así también algunos ganarán económicamente. Pero resulta que ahora el poder corporativo nos envía con mucho cariño la influenza, dengue, chikunguña, zika, fiebre amarilla y otros, que ingenuamente habría que pensar que han sido modificados por la naturaleza y no en laboratorios a fin de que no sean discriminatorios y por igual maten en el trópico, en los valles o en el altiplano.
Desde siempre el Estado, en sus diferentes niveles, desprecia por completo la salud de la población, su misión es otra, precautelar los intereses de los poderosos, el Estado no es una institución de la santísima caridad, así prometa otorgar en su maravillosa constitución los derechos más hermosos del universo. De ahí que es completamente natural que los enfermos de cáncer, de diabetes, los que requieren desesperadamente de diálisis y demás pacientes de enfermedades graves sufrían y sufren, lloraban y lloraban junto a sus familias por la falta de ayuda del Estado, resignándose a esperar sólo la llegada de la muerte. Durante lúgubres noches, en las puertas de algunos centros médicos estatales y cajas de salud se veían gentes fantasmales que casi arrastrándose por los suelos hacían largas filas en la posibilidad de conseguir alguna ficha de atención médica que mitigue el sufrimiento de su enfermedad, recibiendo al día siguiente por única respuesta que no existía atención más que para muy contados enfermos, asignándoles al resto fechas para las próximas semanas venideras, prolongado espacio de espera que daba lugar al fallecimiento de muchos de los desvalidos, niños, jóvenes y adultos mayores, hombres y mujeres.
Por el contrario, los “capos” de los diferentes niveles estatales, nacionales o departamentales se mueven en medio del holgorio, del “buen vivir”, del dispendio de dinero y bienes públicos, exhibiendo sonrisas de oreja a oreja, seguidos por una cofradía de vagos que ofician de empleados públicos.
Los insuficientes médicos, paramédicos, enfermeras y demás trabajadores de la salud con sueldos mensuales de hambre, puestos de cuclillas en las calles delante de algún modesto quiosco para procurarse un triste plato de comida para saciar su hambre. Los vetustos hospitales existentes desde los primeros tiempos de la República, sin equipamiento y carentes del instrumental y material médico necesario.
Los medicamentos tienen que comprar los moribundos. Y pensar que el próximo 2025 la ciudadanía irá a votar para que uno de estos siniestros personajes u otros de su misma catadura, sea coronado monarca, emperador, rey, para sumir en pobreza al pueblo, enfermedad y muerte. ¡Es increíble!