Nuestros padres nos han enseñado la diferencia entre estar en la casa y salir. El primero un lugar seguro y el segundo potencialmente peligroso. ¿Adónde vas?, ¿con quién estás yendo?, ¿a qué hora vuelves? Son preguntas que todo joven recibe de sus padres al salir, que suelen ser irritantes, pero tienen una buena intención. De hecho, un padre se siente más tranquilo si sus hijos están en el hogar, a la vista. Pero con la popularidad de los celulares inteligentes, que tienen una conexión continua a Internet y un efecto altamente adictivo, ¿sigue siendo el hogar un lugar seguro?
Los celulares inteligentes, como dispositivos personales y portátiles, son una ventana continua hacia afuera, una especie de portal transdimensional a diferentes lugares, tiempos y comunidades. Esto trae consigo buenas experiencias, como el acceso a recursos educativos, comunicación con amigos, familiares y colegas de trabajo, participación en la opinión pública y oportunidades económicas. Pero también la posibilidad de encontrarse con cosas peligrosas: violencia verbal, como insultos, amenazas, acoso, acusaciones falsas, mensajes de odio, linchamiento digital; ataques a tu información personal, como divulgación sin consentimiento de fotos intimas, hackeos a tus cuentas, suplantación de identidad; extorsión, estafas y fraudes económicos; hasta agresión física, abuso sexual y trata, cuando el victimario logra llevar la conversación online a encuentros físicos.
En nuestro país, los grupos más vulnerables son los niños, adolescentes, mujeres y diversidades, según reportes de DNI, ONU Mujeres y UNFPA. Violencia generacional y de género son las formas predominantes de violencia digital. También se ha visto violencia digital entre parejas y dirigido hacía periodistas (Chequea Bolivia 2023).
Que existan este tipo de peligros en el mundo digital no significa que dejemos de usar o prohibamos los celulares, sino que aprendamos a usarlos de forma más criteriosa. No dejamos de ir al mercado por la posibilidad de ser asaltados, pero sí tratamos de ir acompañados, alejarnos de callejones vacíos o no circular en altas horas de la noche. Aquí es importante una alfabetización digital más avanzada, no sólo saber usar mecánicamente los dispositivos o dejarnos llevar por sus algoritmos. Usemos las configuraciones de privacidad, desactivemos la mayoría de notificaciones y elijamos fuentes de información de calidad. El rol de la colectividad también es importante, para conversar entre nosotros y cuidarnos. Así también es necesaria una actualización en la regulación jurídica, que no burocratice, sino que efectivice, que no revictimice sino que repare.
El celular difumina el límite entre el adentro y el afuera. Pero este portal transdimensional sólo se vuelve transparente si uno lo alimenta con nuestra atención incondicional y nuestros datos personales.