En algún momento, los habitantes de La Paz cedieron su espacio vital a una larga lista de grupos corporativos, sindicatos, autoridades, policías y militares. Pocas ciudades enfrentan tantos tormentos cotidianos, la mayoría de los cuales son evitables. Hace una semana, los extraños movimientos de vehículos militares y de uniformados en la principal plaza subieron la tensión ciudadana al borde de un ataque de nervios.
Históricamente, La Paz es poco pacífica, desde las etapas coloniales, a lo largo del siglo XIX y, peor todavía, como sede de gobierno desde 1898. Sin embargo, hasta hace tres décadas, las protestas eran como un “tinku” ritual. Con la ampliación de las libertades democráticas, la práctica de ocupar las calles se desbordó.
El día en el cual los buses no tropiezan con algún obstáculo imprevisto es la excepción. A lo largo de la semana —a veces inclusive en sábado y domingo— los mismos habitantes o gentes llegadas de otros lares, ocupan las avenidas, bloquean las esquinas, cortan los puentes.
Los motivos de esas acciones abarcan un amplísimo abanico: la ley del oro, un feminicidio, el aumento salarial para los maestros, la jubilación de los médicos, la defensa de las mascotas, los abusos de la directora del colegio fiscal, los enfermos desatendidos, el precio del pasaje, la pelea entre dos municipios, el reclamo de los cocaleros.
Cada tanto hay desfiles con diferentes motivos, algunos repartidos en varias jornadas y en diferentes distritos. Esa práctica puede ser simpática en un pueblo, no en una ciudad agobiada. ¿Hasta cuándo seguirán estas convocatorias absurdas? Los colegiales no aprenden historia por lucir zapatos lustrados. Las autoridades confunden a Pedro Domingo Murillo con Eduardo Abaroa. Los discursos no cambian las derrotas.
El resto de la población enfrenta otro día de tensión. Llega tarde al trabajo, al aeropuerto, pierde horas en el asiento del minibús, corre como puede.
A ello se agrega el creciente gusto de presidentes y ministros de inventar “manifestaciones espontáneas”. Las oficinas públicas quedan vacías; el eco repite estribillos, casi siempre ridículos. El perjuicio para los sectores productivos es incalculable.
En los últimos meses, a ese panorama corriente, hay que sumar los desastres por descuidos en construcciones o por la falta de mantenimiento en los cauces de los ríos. La Empresa Municipal de Asfaltos y Vías (Emavías) y el alcalde paceño, Iván Arias, abren zanjas que no cierran en semanas. O en meses, como la cuadra (una sola cuadra) de la calle Abdón Saavedra. Cortan al mismo tiempo vías alternativas, sin una planificación de trabajo. Asfaltan Las Cholas al mediodía de un miércoles, sin tomar en cuenta la importancia de ese nudo vial y la salida de estudiantes de cuatro colegios en la zona, precisamente en ese horario.
El (No) Estado también está instalado en el gobierno municipal, que deshace las instituciones y los pocos espacios ordenados que existían hasta la pandemia.
Sin contar las colas en las gasolineras.
Sin contar los inventos de años nuevos para tener más feriados.
La cereza la puso la Policía Boliviana que organizó sus festejos como un preste en la principal avenida de la Zona Sur. La desprestigiada institución intentó mostrar sus logros descolgando efectivos de una pasarela, corriendo en sus motos, saltando piruetas sobre colchones. ¿Cómo es posible que no piensen en el perjuicio que causan a la población? Esos mismos agentes que pasean entretenidos en sus charlas virtuales pegados al celular, lucen pesadas barrigas y tienen pereza para atender urgencias, quieren hacer creer que dos días al año pueden ser atletas.
Si aquello fue exasperante, los sucesos del 26 de junio han trascendido todo lo imaginable. A algún asesor se le habrá ocurrido la idea de ampliar el bulo de 2019 a 2024. Si entonces funcionó la teoría de una conspiración de fuerzas externas ambiciosas de las riquezas naturales de Bolivia para sacar a Evo Morales, podría ensayarse el mismo discurso para proyectar a Luis Arce.
No contaron con la calidad de los improvisados actores del Golpe II. Sobre todo, no tuvieron en cuenta que la prensa oficialista de países vecinos no es igual que en el 19. Telam y la televisión argentina ya no son kirchneristas. Hasta los sensibleros periodistas europeos esta vez dudaron y en vez de “alzamiento” titularon “opereta”.
El alto costo del despliegue militar trasciende a la sede de gobierno. Expertos han previsto que no bajarán los precios de la canasta familiar, faltarán más dólares, llegarán menos turistas. No se divisan inversiones externas, ni siquiera de la mafia rusa.
¡Qué diferencia con La Paz de 1924! Hace un siglo era una ciudad orgullosa, abierta a los migrantes que traían capitales y tecnologías, moderna, estrenando parques y avenidas. Coqueta. En este 16 de julio el único verbo repetido es “irse, irse, irse”.