Cuando el ministro de Economía clama —con ecos casi bíblicos— que la economía del país “crecerá en demasía si se eliminan las trabas internas”, hay que estar alerta.
Y es que, debajo de la cuasi promesa del ministro (“podemos crecer inclusive más de lo necesario”) late un profundo grado de angustia, que se disimula tratando de hacer pasar su lista de deseos de Navidad como algo razonable y simple, con lo que se arma una tragicomedia noticiosa en medio del lluvioso verano (sin intervención, ni lejana, Shakespeare).
Cuando el ministro llama “trabas” a los últimos bloqueos y a “la no aprobación de los créditos externos”, se mete de lleno, aunque sin llamar a las cosas por su nombre, en el medio de la balacera de las dos fracciones de la única organización política estructurada nacionalmente, el Movimiento al Socialismo (MAS).
El tono, afectadamente inocentón, está alertando que las lúgubres advertencias presidenciales acerca de que el Parlamento —como juguete de la “nueva derecha” (es decir el ala manejada por Morales Ayma)— está boicoteando el funcionamiento económico no han mosqueado a nadie.
Dicho bonito, feo, frontalmente o de manera retorcida, el pedido del Gobierno en su conjunto es que sus competidores políticos, antiguos o recién llegados, se olviden de que el bloqueo obligó al estado mayor oficialista a comprometerse a avanzar en la realización de elecciones judiciales y a remover al grupo de mercenarios que manejan la rama judicial. Esta tropa le resulta al Gobierno tan necesaria —hoy en su papel de policía política antiopositora y mañana, más todavía— para respaldar y ejecutar cualquier truco para ganar unas elecciones que, como se los ha pronosticado su exguía y mentor, la tienen prácticamente perdida.
No se necesita ser el oráculo de Delfos o un avezado yatiri para saber que este Gobierno —elegido, casi exclusivamente, para aliviar y solucionar el retroceso económico del país— está consiguiendo únicamente que ese retroceso prosiga lenta pero inexorablemente a costa de elevar la deuda y alentar la devastación ambiental y social —al dar carta blanca a sus bases de la piratería aurífera, a violentos traficantes de tierra y otros grupos depredadores— mientras los ingresos y su capacidad adquisitiva se deterioran al ritmo de la evaporación de reservas de divisas, escasez de dólares e inflación escondida.
Lo que Juan Evo pasa por alto es que la fosa que excava él para enterrar al candidato que eligió en Buenos Aires, hunde al mismo tiempo al actual presidente y al propio cavador. Pero no vaya este panorama a entusiasmar engañosamente a los opositores profesionales, listos para reemplazar a la gente del régimen, porque hasta hoy, aun cuando ambas cabezas se quemen, al no haber nada de nada al frente, sigue vigente la inercia de un empate desastroso (Gramsci dixit) haciendo que después del MAS, venga el MAS.
En este espacio, hace una quincena de días, se corroboraba que la tregua política de carnaval, que permitió suspender el dañino bloqueo, era extremadamente frágil porque la muchachada gubernamental —encabezada por los ministros de Gobierno, Justicia, Presidencia, y la vocería— no tiene la intención, ni imagina aflojar su control sobre el aparato judicial, convertido en su muleta para compensar su nueva condición minoritaria en las cámaras legislativas.
Si la fracción evomoralista hubiera podido sacudirse algo de su tosco y supersticioso sectarismo, pudo haber dado pasos legislativos rápidos y claros, en concordancia con las bancadas que no responden directamente al luchoarcismo, para hacer retroceder las atrocidades del Tribunal Constitucional (TCP) al que Morales catapultó por encima la Constitución Política y como última palabra irrefutable e incorregible de la justicia y las leyes.
Enviciado como está el Gobierno, con el apoyo de los magistrados que ya dejaron de serlo, se desvivirá por incumplir cualquier acuerdo que lo saque de sus cómodas butacas a la calle y, a continuación, a rendir cuentas por todos sus abusos y crímenes.
Por eso mismo, voceros y ministros seguirán pidiendo que se cumplan sus sueños de verano, consistentes en que les aprueben créditos externos, para luego pisotear sus compromisos de ocuparse de los prorrogados y avanzar con las elecciones judiciales, más allá de la convocatoria, porque con gran probabilidad se proponen enredarla nuevamente hasta abortarla.
Mientras tanto, los márgenes de la gobernabilidad se están estrechando con cualquier protesta que desnuda lo frágil de una economía sobre la cual la sociedad entera prefiere fingir demencia antes que asumir lo estropeada que está con sus artificiales baja inflación y “normal” funcionamiento.