La abierta pugna entre las dos facciones del MAS —evistas, radicales y arcistas, renovadores— lleva ya cerca de 18 meses durante los cuales se suceden episodios de recrudecimiento y otros, menos numerosos, de una especie de reconciliación pasajera, por motivos puntuales que está lejos de ser permanente y tiende a prolongarse por lo menos varios meses más.
La pregunta, de azarosa respuesta, es ¿hasta cuándo y hasta dónde se prolongará la pugna intrapartidaria?
La hipótesis menos posible —considerando que el motivo del conflicto es quién será el candidato presidencial del MAS para las elecciones generales de 2025— es que la fractura desaparecerá al renunciar uno de los dos aspirantes, Morales o Arce, a esa pretensión que ninguno ha enunciado, al menos en público.
Como están las cosas, y en la ausencia de una opción opositora con mínimas posibilidades de hacer frente al oficialismo en los comicios de 2025, es poco probable que cualquiera de ellos decida apoyar la candidatura del otro en aras de una hipotética unidad del MAS.
Tanto más hipotética cuanto el tono e intensidad de las hostilidades entre ambos bandos han provocado una fractura que no cesa de ensancharse.
Y si algunos pensaron que la aparición de Arce y Morales riendo en un evento deportivo en Villa Tunari era una señal del fin de las hostilidades, el expresidente no demoró en desengañarlos, criticando, menos de 24 horas después, la opción gubernamental para la explotación de litio.
Ese cuestionamiento a las políticas del Gobierno es otro más de los numerosos que formula Morales y sus seguidores, en el escenario del hostigamiento al Órgano Ejecutivo cuyas acciones se producen en dos frentes: el mediático, donde críticas alternan con denuncias y acusaciones, especialmente, de corrupción y narcotráfico, y el parlamentario, donde el Ejecutivo depende de los votos de la bancada evista para sancionar las leyes que necesita.
Es ahí donde los radicales pueden ejercer mayor presión para debilitar a sus rivales, necesitados de leyes, que ayuden a mitigar lo efectos de una crisis económica cada vez más difícil de disimular con declaraciones.
En contrapartida, los renovadores, parapetados en la muy conveniente plaza del Órgano Ejecutivo, intensifican sus acercamientos con los movimientos sociales y multiplican las adhesiones de apoyo al Gobierno, es decir, a Arce.
Esa dinámica podría llevar las manifestaciones de la rivalidad a otro escenario —apreciado por el MAS, pero riesgoso en este caso—: las calles.
Esta es quizás la eventualidad que el décimo congreso de ese partido, en octubre, intentará evitar, tal vez tienen éxito, pero el culebrón del MAS no está cerca de terminar.