El huracán Milton, de categoría 5, está poniendo en alerta a buena parte de Estados Unidos, especialmente a Florida, que apenas se recupera de los embates del huracán Helene, de categoría 4, que tocó tierra hace solo dos semanas. Helene dejó una estela de destrucción con más de 200 muertos, millones de personas sin electricidad y daños materiales incalculables. Ahora, la población enfrenta con temor el potencial destructivo de Milton, cuyos vientos máximos sostenidos se intensificaron de forma alarmante en tan solo 24 horas, una señal inequívoca del impacto del cambio climático en la ferocidad de los huracanes.
Los análisis científicos confirman lo que ya se temía: los huracanes como Helene y Milton, de proporciones devastadoras, son hoy más probables debido al calentamiento global inducido por la quema de combustibles fósiles, la deforestación y otras actividades humanas. El aumento en la temperatura de la superficie del mar en el Golfo de México, registrado 2 ºC por encima de la media, ha favorecido la intensificación extrema de estos ciclones tropicales. Según el World Weather Attribution, estos huracanes intensos eran eventos que se esperaban una vez cada 130 años; hoy, su frecuencia se ha triplicado, y ocurren en promedio cada 53 años.
Es natural que, ante tal catástrofe que amenaza con empeorar, nuestros corazones se vuelquen en solidaridad hacia los afectados. Es imposible no sentir empatía por las personas que pierden sus hogares, a sus seres queridos y el sentido de estabilidad ante la furia de la naturaleza. Sin embargo, mientras miramos con preocupación hacia el norte, también debemos recordar que aquí, en nuestra propia tierra, enfrentamos un desastre de igual magnitud, pero de diferente origen.
En nuestro país, los incendios forestales han arrasado 10,1 millones de hectáreas (según la Fundación Tierra), una cifra que estremece tanto como los vientos huracanados de Milton. Además, más de 10 millones de animales han muerto en las llamas, una pérdida de vida inconmensurable y devastadora para nuestros ecosistemas. Y aunque estos desastres no acaparen los titulares internacionales con la misma frecuencia que los huracanes, son igualmente el reflejo de desastres al límite. Y lo que es peor, en nuestro país, más del 90 por ciento de los casos de fuego son provocados por la mano del hombre.
Es hora de mirar también la situación ambiental de nuestros país y buscar soluciones para evitar más tragedias de fuego, mediante un marco normativo que proteja los bosques nacionales y sancione ejemplarmente a quienes atenten contra la naturaleza del modo en que nos ha tocado vivir. En Bolivia, tenemos nuestros propios huracanes, y son huracanes de fuego.