Un día cualquiera en la universidad. En el patio estaban decenas de estudiantes, en mesas jugando cartas, haciendo parrilladas, bailando con música a todo volumen. Había alguna campaña electoral de las que abunda en la universidad pública. Uno diría que en un centro académico las campañas electorales por lo menos deberían basarse en debates informados sobre las propuestas de los frentes, pero prima la prebenda y la jarana; exactamente lo que ocurre con lo político fuera de la universidad. Siempre les digo a algunos/as de mis estudiantes que si pusieran el mismo empeño y energía que colocan en las campañas proselitistas (y sus juergas) en estudiar y leer, sería otro este país.
Esta anécdota refleja la prioridad que se le suele dar al conocimiento en la universidad pública (por supuesto, con notables excepciones). Y si bien hay mucha tela para cortar sobre el histórico manejo de la universidad pública en múltiples aspectos, hoy quiero realizar un desahogo en mi calidad de docente de base y colocar sobre el tapete abusos y sinsabores muy habituales en esta condición.
Es cierto que a diferencia de otros trabajadores/as, los/as docentes de la universidad pública hemos consagrado varios derechos imprescindibles. Contamos con un buen seguro médico, vacaciones, aguinaldos puntuales. Por supuesto, como todos los derechos, esto no es regalo de nadie sino fruto de luchas y reivindicaciones que buscaron que la universidad pública fuera un espacio idóneo y ejemplo para la sociedad. Lamentablemente, hoy no es secreto para nadie que las universidades públicas son un botín más para la política partidaria y/o los/as sedientos/as de espacios de poder. Justamente, cuando se ocupa un espacio de poder en la universidad parece que los privilegios cuatriplican, al punto de que no faltan las prebendas, el amiguismo y/o afiliación partidaria en la disputa por esos espacios. Y en la periferia quedamos los/as docentes de base.
A veces me pongo a pensar en las cosas que me tengo que bancar por el “privilegio” de ser docente en la universidad boliviana. Por ejemplo, que ya estemos en 2023 y me deban un curso de verano entero que di el 2020, que me deban un semestre de una materia completa de historia sin que haya esperanzas de pago, que me deban un diplomado que di hace medio año. Y tener que estar todo el tiempo pidiendo, insistiendo, buscando con quién reunirme, a quién dirigirme, firmando papeles interminables para que mínimamente me paguen por un trabajo realizado con entrega, pasión y puntualidad. ¿Acaso el trabajo no pagado no se llama esclavitud en pleno siglo XXI?
También está la burocracia absurda que campea y que afecta principalmente a estudiantes y docentes de base. Al respecto, les cuento una anécdota. Estuve trabajando en una universidad fuera de Cochabamba y tenía que enviar planillas de notas a esta ciudad. Primero intenté enviar con mi firma digital, a lo que me advirtieron que tenía que imprimir las planillas y “firmar con lapicero”. Por tanto, me di el trabajo de buscar donde imprimir las planillas, firmarlas “con lapicero”, escanearlas y enviarlas vía correo electrónico/WhatsApp. ¡Y no lo aceptaron! ¡Debía enviar las planillas en físico por courrier y firmadas con “lapicero azul”, de otra manera no eran válidas! ¿Se dan cuenta de semejantes requerimientos absurdos en plena era digital y siglo XXI? Y si se suman esas “minucias” burocráticas que pasamos cotidianamente, pues no es poco el tiempo valioso que perdemos en trajines innecesarios y absurdos.
Un tema más, el maltrato y ninguneo del trabajo de los/as docentes de base. Así como no faltan universidades privadas que casi te obligan a aprobar a los/as estudiantes así no se lo merezcan (para seguir recibiendo las caras pensiones) y donde tampoco está muy bien visto ser exigentes con estudiantes amparados/as en la “influencia” de sus familias, otro caso similar es tratar de enseñar a funcionarios/as públicos/as y autoridades. No pocas ocasiones a nombre de sus “múltiples ocupaciones”, toman los cursos y materias a media o ninguna máquina. Pero los/as docentes tenemos la cuasi obligación de “comprender” la impuntualidad, falta de seriedad, el incumplimiento, la incoherencia porque ellos/as son muy “importantes”. ¡Y el/la docente exigente pues corre el riesgo de que se le falte el respeto y mejor si sale del camino de nuestros/as “benefactores/as” y su “esforzado” ímpetu de formarse!
Lo peor es que todas esas mañas y usanzas luego se replican en la gestión pública y por eso pues —también— debemos estar como estamos.