A estas alturas de la historia, poco importa qué partido esté de turno en los gobiernos desarticulados y corruptos de gran parte de Latinoamérica.
El nuevo desorden mundial político, social, democrático, comunicacional y económico, es evidente.
Hay pues, una desconexión total y un laberinto que no se acaba de hallar la salida, cuando menos, durante las dos últimas décadas.
A tres años de pandemia, no podríamos afirmar que la desarticulación del continente se deba, precisamente, en su totalidad, a este hecho. La pandemia puso de cabeza al mundo, cierto, sin embargo, la larga cola de la crisis integral en Latinoamérica data de hace tiempo y eso contribuyó, con mucho, para que el presente y el futuro estén condenados a un constante escrutinio y duda de si será posible salir de este atolladero que se ahonda cada vez más.
Si los años de vacas gordas, producto de la venta de materias primas, sirvieron para engordar el ganado político y corrupto del poder en Sudamérica, no sirvieron para potenciar la industria, el mercado laboral, la salud, la reducción de la pobreza, el desarrollo, la vivienda y la equidad social.
Las políticas populistas, corruptas y de compadrazgo debilitaron profundamente la economía. Los gobiernos de turno, sea de izquierda o de derecha, perdieron apoyo y credibilidad de la población e intentaron e intentan salvar su pellejo con medidas de hecho, impositivas y normas que sólo significan mayor crisis, corrupción y estancamiento.
Tras largos años de bonanza sin precedentes, pero sin políticas gubernamentales que encauzaran el desarrollo y la independencia de los mercados mundiales, se reafirma la pobreza, la crisis, la corrupción, el narcotráfico, las asimetrías sociales y el descalabro.
Ni derechas ni izquierdas, ni populistas, ni neoliberales, ni tecnócratas, ni hipócritas, supieron encarrilar sus gobiernos hacia la potenciación de sus sociedades y el bien colectivo.
De nueva cuenta, el Estado, es asaltado por el poder de los gobiernos criminales que saquearon y saquean la poca o mucha riqueza de los países. Desde hace mucho, el gobierno es el protagonista y la punta de lanza para ganar más poder y dominar los pilares del Estado.
El Gobierno, como arma delincuencial, se ha apropiado de las almas y de las conciencias. El régimen compra, vende, prostituye, merca y corrompe.
Del neoliberalismo al populismo, una transición de cambio, para que nada cambie, dirían los economistas.
Tal cual. Ambas bandas delincuenciales cayeron en el mismo saco de pillos. Hoy, nuevamente se reconfigura el mapa político de Latinoamérica y, particularmente, en Sudamérica.
Para mal, hay un carnaval de pasiones, deseos y codicias obscenas que desvinculan sus modelos económicos con ese principio elemental de los años 80: “El buen vivir”.
En Sudamérica: Brasil, Argentina, Perú, Bolivia, Venezuela y Colombia, abrazan una común desgracia. Chile, ha ingresado a sala de espera. Aunque Gabriel Boric tenga el cartel de izquierdista radical, todavía la institucionalidad es fuerte y creíble.
En Centroamérica, el drama es similar, su trayectoria política no sentó las bases para fortalecer su democracia, su eterna e histórica problemática de violencia e injusticia sociales, jamás fueron resueltos.
Latinoamérica ha echado por la borda su mayor hito histórico. Acaso desde su independencia, no tuvo otro mejor momento para fortalecer sus estructuras productivas que la que se presentó hace unos 15 años con China como cajero automático y la compra de materias primas.
Después de la farra continental, ahora viene el dolor de cabeza y la diarrea. Su crisis se agudiza cada vez más y retorna, al punto exacto de la pedigüeñería y la dependencia internacionales.
México es una eterna contradicción política y social.
¡Nos azota porque nos quiere! Dirían las huestes más leales al régimen.
AMLO, aparte de ser un demagogo, es el crisol donde se crean los malos ejemplos, si antes Chávez y Fidel eran los capataces de la finca, AMLO los sustituyó, ahora, es el oráculo de los endiosados y de los innombrables.
En América Latina, existe una representación política que no logra unificar las aspiraciones de desarrollo en sus gobiernos. Las desigualdades sociales se ahondan y la poca distribución, desigual, de la riqueza, es insultante.
La corrupción y el narcotráfico está llevando a un devenir nefasto, comprometiendo las nuevas generaciones a un desaliento total.
¡Lo más democrático de los gobiernos latinoamericanos, es que saben distribuir muy bien la miseria!
¿En qué parte de su tránsito histórico se jodió América Latina? La jodieron, sería más justo decir.
El compadrazgo que se formó en Sudamérica, a la cabeza del extinto comandante Hugo Chávez, y sus ‘gobiernos satélite’, aún está vigente. La demagogia y las políticas subsidiarias sustentan a regímenes mediocres y autoritarios, Bolivia es un ejemplo de eso. En el país, desde hace 16 años se ha formado una nueva capa social flotante, pendular, politiquera y zángana, son los ninis: ni trabajan, ni son profesionales, ni pagan impuestos.
Viven del empoderamiento minúsculo que irradia el poder del gobierno y del Estado a través de sus tentáculos burocráticos y corruptos, es una capa social inerte, una masa que actúa como escaparate y escudo para proteger la cueva de Alí Babá. Siempre están dispuesto a morir por el mandamás y conservar su tajada de poder y el dinerito fácil.
El derrotero de Latinoamérica es oscuro y sin un proyecto sustentable. La piedra de Sísifo rueda eternamente. El rediseño del nuevo mapa político es absolutamente desalentador.
Los gobiernos de Bolivia, Venezuela, Argentina, Colombia y Ecuador son los casos más nefastos.
En Bolivia todos los días, por capítulos, las series sobre narcos sopapean a la dignidad del boliviano. Un escándalo tras otro lleva al desgobierno de Catacora hasta el rincón de la miseria humana y la mediocridad absoluta para gobernar este país. Ahora, todavía en cartelera, las aventuras y peripecias de Sebastián Marset en Bolivia, se asemejan a una caricatura de Tom y Jerry.
Acusaciones y contra acusaciones de un masismo que ha perdido todo horizonte político razonable, si es que en algún momento lo tuvo. Un insulto a la inteligencia y al sentido común.
Dimes y diretes, insultos, lak’asos, agresiones y peleas campales entre azules eléctricos. Ese es el resumen apretado de un desgobierno que no atina a nada. Balbuceante, plantea estrategias del Coyote, marca Acme, para afirmar, con trasnochada vehemencia, que está cerquita, casi rozando las narices de Marset correcaminos, de atraparlo. Mientras tanto, el pillo, se ríe a carcajadas a costillas de del Castillo.
El asesinato del candidato a la presidencia de Ecuador, Fernando Villavicencio, debe ser una poderosa llamada de atención para los organismos internacionales y particularmente Sudamérica. El crimen organizado y las mafias del narcotráfico están imponiendo su ley. Villavicencio había construido una trayectoria política basada en la denuncia de la corrupción en Ecuador. Las investigaciones sobre temas petroleros a los gobiernos de Rafael Correa, Lenín Moreno y Guillermo Lasso, lo llevaron a ser uno de los personajes más incómodos para el poder político.
El gobierno de Gustavo Petro en Colombia está en su peor momento. Escándalos que sin duda le están costando su legitimidad y, desde luego, su estabilidad como gobernante. El caso de la investigación de su hijo por presunto lavado de activos y enriquecimiento ilícito, es la tapa.
En medio de un proceso judicial, Nicolás Petro, que fuera detenido, reveló que abonó a la campaña de su padre parte de los 400 millones de pesos (unos 102.000 dólares) que Samuel Santander Lopesierra, extraditado por narcotráfico a Estados Unidos en 2003 y libre desde 2021, le diera el año pasado. (DW, 05/08/2023).
¿Se ha democratizado la corrupción?
O la aldea global es muy pequeña o las ambiciones y la falta de moral son muy grandes, en medio está un nuevo desorden político y económico latinoamericano. Parafraseando al expresidente español, Felipe González: “El estado de derecho también se defiende en las alcantarillas”.
El autor es comunicador social