Con un Nicolás Maduro fortalecido en 2023, el conflicto ha escalado. En diciembre del año pasado, Maduro inició su guerrita personal contra Guyana. Primero convocó a un referéndum orientado a anexar por la fuerza la zona en controversia. En medio de su reanimado poder y con una oposición debilitada, el presidente de Venezuela apenas pudo atraer al 10 por ciento de los electores a su causa. Había decidido usar la bandera patriótica para afianzarse políticamente. Una jugada conveniente.
Una vez fijada su victoria en el referéndum, Maduro exhibió un nuevo mapa por el que Venezuela se come dos tercios del territorio guyanés. De inmediato dictó un plazo de tres meses para que las empresas petroleras que operan en el lugar, lo abandonen. Máxima tensión.
Entre tanto, la Corte Internacional de Justicia advirtió a Venezuela que todas esas medidas son contraproducentes y que debe esperar el fallo final. Se supone que cuando un caso es abordado en La Haya, las partes deben quedar inmóviles y, por tanto, abandonarse por completo a la argumentación.
Guyana, en cambio, militarmente más débil, se sostiene en los marcos jurídicos internacionales, mientras Maduro patea el tablero. ¿Sabe Venezuela que va a perder en La Haya?, ¿hasta dónde está dispuesta a estirar la cuerda?, ¿qué rol juegan las elecciones de este año en su conducta?
A su vez, las potencias extracontinentales han sido llamadas a participar de la disputa. Los británicos ya enviaron un buque de guerra para mostrar su adhesión a Guyana. Los rusos hicieron algo similar con Venezuela. Estados Unidos también podría jugar alguna carta, aunque por ahora Biden se apega a los acuerdos de Barbados que benefician a Maduro.
Como vemos, un viejo pleito del siglo XIX se abre paso en la complejidad del XXI y todo huele a petróleo.