Testimonios históricos e inertes que datan de hace 8 siglos, dan fe, acerca de la complejidad y grandeza del sistema de almacenaje de cereales, específicamente del maíz, denominados “Qollcas”, ubicados en la actual serranía de Cotapachi en Quillacollo (Cochabamba).
Estimaciones generales revelaron que la población tahuantisuyana, alcanzó, en su cenit, 10 millones de habitantes, y que ésta planta concentradora de maíz del valle de Kanata (actual Región Metropolitana de Cochabamba), daba abasto a la demanda alimentaria a la masa demográfica prehispánica.
La información disponible también hace esgrimir referencias, no sólo de su naturaleza, sino acerca del procesamiento, tratamiento, empacamiento, traslado y distribución del maíz, en los pueblos principales y secundarios del Imperio Incaico, por lo que la existencia y funcionamiento de estos depósitos, de por sí, exigen un conocimiento por lo menos aproximado de lo que fueron.
Las Qollcas o silos incaicos fueron construidos y utilizados para el acopio del apetecido cereal, principalmente por el entorno natural de esa zona, cuyas condiciones medioambientales, ecológicas, eólicas, geográficas y otras, que caracterizaron a la Serranía de Cotapachi, facilitó su emplazamiento en esa zona, además de ser considerado, este centro de acopio, como el más grande del Tawantinsuyu.
Este centro de acumulación de la gramínea, aproximadamente era un conjunto de 2.500 unidades circulares de piedra y tierra, que por su envergadura y magnitud, podría tipificarse como una obra faraónica, sin embargo, con el transcurrir del tiempo, el deterioro por efecto de los fenómenos naturales, al que se sumó la implacabilidad de la mano del hombre, el olvido de las instancias pertinentes, el mal trato y saqueo por parte de los comunarios que se asentaron en sus proximidades y otros embates, lograron casi su desaparición.
De estado petrificado a piedras en el camino
Hace casi dos décadas, una particular iniciativa cultural, tomó conocimiento de la magnitud y envergadura de esta “ciudadela silífera”, y optó de inmediato, por sentar las bases para su restauración, propósitos que se tradujeron en una muestra de reconstrucción con más de una veintena de las mismas, empero, esa efervescente iniciativa, quedó en ella, y desde esa memorable ocasión, nuevamente asumió su antiquísimo tratamiento: el olvido.
Resultado colateral de ese “despertar cultural”, ameritó la promulgación de la Ley No. 3479 de 22 de septiembre de 2006, que declaró “monumento arqueológico nacional a las Qollqas o silos incaicos de Cotacachi, en el municipio de Quillacollo; Kenamari, en el municipio de Colcapirhua; y Incarracay, en el municipio de Sipe Sipe”.
Posterior a ese gesto “restaurador” de asignarle la importancia requerida al legado histórico, se produjeron pronunciamientos, anuncios, expresiones de preocupación y nada más.
Los actuales y anuales emprendimientos, para por lo menos hacer mantenimiento a lo que se hizo como una muestra, se reducen a una parcial limpieza de los residuos sólidos, que se quedan después de hacer los rituales andinos y alguna actividad, cada 21 de junio, en adhesión al Solsticio de Invierno, con los que se pretende reivindicar las manifestaciones culturales de hace 5 siglos.
Hacia un "apedreamiento" cultural
Ese estado de situación, renunció a la inercia; porque inquietos gestores culturales quillacolleños, decidieron iniciar, primero motivaciones, y luego gestiones, para la “recreación” o “reconstrucción”, del andamiaje reservorífero de esta gramínea y sus derivados, cuyas influencias nutritivas, aún se extienden hasta nuestros tiempos, para la reposición de este conjunto silífero
Obviamente, ese proceso en el que se advierten contingencias: lapsos prolongados y plagadas de sinuosidad burocrática, y hasta en algunos momentos, de lides con el desamparo, el desánimo etc., amenazas que con seguridad, encontrarán, como “contraparte”: una firme decisión, una férrea voluntad y un avasallador coraje, para ese desafiante emprendimiento de estos quillacolleños que, simplemente expresan su afecto por esta su tierra.
Simultáneo a ese proceso, que demandará la intervención de proficuos investigadores y profesionales calificados de la restauración, inobjetablemente, requerirá de un apropiado soporte económico, que facilite fluidamente la tarea de éstos expertos, cuyos recursos procederían de los gobiernos municipales beneficiados, asignaciones del gobierno regional y nacional, a través de los programas específicos que se cuentan, máxime si disponen con el sustento legal, y que en muchos de los casos, por no ser utilizados son revertidos anualmente.
Estos gestores culturales quillacolleños, adelantaron que, entre los propósitos restauradores, de los reservorios maiceros, es el de enmarcar sus expectativas a los ámbitos turísticos y educativos. Disciplinas que asegurarán su perennidad y garantizarán el conocimiento de las condiciones, con que más o menos, funcionaban estos gigantes núcleos de acopio maicero
El sólo estar frente al complejo arqueológico, permitirá particularmente a los visitantes y turistas “vivir” y respirar cultura incaica, porque el emplazamiento de, por lo menos un 50% de los que existían (un millar), que formarán el epicentro de los depósitos, estarán complementados con elementos arquitectónicos, que servían necesariamente para el funcionamiento de la “ciudadela” acopiadora, es decir, sistemas de locomoción, flora, fauna, eliminación de desechos sólidos, red de fluidos líquidos, etc.
Se destacará la disponibilidad de material pedagógico informativo y apropiado, que abunde en detalles acerca de la clasificación del cereal por especies que se practicaba, según su procedencia y su constitución genética, poniendo de relieve, sus propiedades alimentarias y nutritivas. Estas consideraciones eran asumidas como prioridad y como parte de su misión de aportar al florecimiento del Imperio Incaico y la influencia ejercida en estas regiones.
Obviamente, este atractivo arqueológico, será incorporado a los circuitos turísticos culturales que promocionan las empresas dedicadas a estos rubros, por lo que su difusión estará garantizada, al margen de los promovidos por los mismos propulsores.
Por el inusual flujo turístico que se pretende gestar, desatará motivaciones inclusive para la construcción de modernos centros de hospedajes y espacios para los “camping”, obviamente, éstas no alterarán el contexto arqueológico de la “urbe” incaica, ni del actual entorno medio ambiental de la Serranía de Cota.
Por esa su estratégica ubicación geográfica, su naturaleza y su componente cultural, estos silos prehispánicos, estaban conectados a través del sistema vial de hace 5 siglos, y que se los conocieron como el “Qhapaq Ñan”, variable que obliga aún más, su inmediata atención de las autoridades pertinentes.
Los beneficios en el ámbito educativo, también estarán implícitos, porque la intervención de las autoridades educativas del sistema regular y no formal, será inexcusable, en el lapso que demande la tarea formativa de los educandos.
Las visitas dirigidas y obligadas a los estudiantes en cualquier momento de su vida académica, será el de mayor importancia, e inclusive con valor curricular. Para ese cometido, las autoridades elaborarán previamente materiales didácticos e ilustrados para la toma de conocimientos básicos acerca de este reservorio maicero, y cuyo resultado inmediato, será la de generar sentimientos de orgullo de la grandeza y magnitud, que fue por lo menos esta parte del Imperio Incaico. Tareas que serán replicadas a través de foros, exposiciones, ferias y otras dinámicas entre los estudiantes, con lo que se asegurará mayor comprensión y conocimiento de este patrimonio cultural, y del cual ahora, son y somos los herederos.
Concretamente, la historia y los ancestros, exigen el concurso sostenido, contundente y urgente para “devolver la vida” a las Qollcas de Cotapachi, que se resisten a sucumbir, pese a los siglos de los siglos.
Es hora ya de “apedrear” culturalmente, pero con una fila contundencia e implacable, al inmisericorde olvido.