Ordenando cosas en el pretil de una ventana, me encontré con esta piedra, que ahora tengo frente a mí y al verla, recordé haberla soñado, anoche misma, es decir pocas horas antes de volver a verla, de pronto, en el pretil de la ventana. Y aunque no llego a recordar bien el sueño y su argumento, sí me acuerdo claramente de la piedra y no sé cómo era que le reconocíamos mucha importancia, con alguien que me la pasaba y a quien yo no conocía y mi memoria divisa ya muy vagamente. Pero ahí estaba la piedra, imponiéndose. ¿Cómo vino entonces a meterse en mi sueño? ¿Le da el haber-sido-soñada algún suplemento de existencia?
Ni recuerdo desde dónde la traje. Habrá sido de algún río, muy posiblemente desde el río de Añawani, muy lejos, hace meses. Esta piedra, que tendrá cientos, sino miles de años de existencia, y que estaba destinada, normalmente, a quedarse por cientos de años más dando tumbos por ríos o tirada por el suelo, si no enterrada, esta piedra, vino a dar ahora a una ventana de mi casa. Y apareció en mi sueño.
Puede que alguien me diga, con cierta frivolidad: el que esa piedra haya aparecido en tu sueño se debe exclusivamente a la particular actividad neuronal de tu cerebro y no tiene nada, absolutamente nada, que ver con la piedra misma. Puede ser. Pero, en todo caso, el hecho es que la existencia efectiva, objetiva y entre las cosas reales del mundo, o del río de Añawani de esta piedra, es la que determinó su aparición en mi sueño. De no existir esta piedra concreta, para mí ya individualizada desde que me la traje, piedra contemplable, reconocible, de no existir esta misma que se ve en la foto, pues no hubiera aparecido en mi sueño, que no se la “inventó”. Aquí no debería cuestionarse la concreta efectividad del sueño. Esta es la piedra que fue soñada, ninguna otra.
¿Pero, mirando esta piedra efectiva, que ahora trasladé a mi mesa, no puedo dejar de preguntarme, ya también: ¿y cuál es el estatuto ontológico de lo soñado? Aunque sea en-tanto-que-soñado, ¿existe, llega a ‘existir’ lo soñado? ¿En qué grado o modalidad de existencia? ¿Y qué tipo de identidad existe entre la piedra real y la soñada? Y si decimos que se trata de la misma piedra, ¿qué quiere aquí decir “la misma”? Cuestiones que lógicos y lingüísticas se sentirán llamados a responder, estableciendo diferentes niveles y planos de significación, distinguiendo estatutos de referencias y referentes y demás lindezas. Pero ellos no se meterían, por ejemplo, con el clásico apólogo de Chuag Tse, según el cual, al soñar con una mariposa, no es seguro que, más bien, no esté siendo uno mismo el soñado por ella. Ahora claro, pasarse de una piedra a una mariposa, tampoco es algo que pueda hacerse alegremente, pues plantea nuevos problemas en cuanto a los multifacéticos alcances de la realidad —que por supuesto nadie estará nunca en condiciones de resolver—.
Sin embargo, no hay que olvidar la sabia afirmación de Paul Valéry, según la cual, sin la ayuda de lo que no existe la vida sería imposible. De lo que no existe, así, podría decirse que tiene la firmeza de una roca.
Esta piedra, que antes habrá pertenecido quizá a una roca más grande, o habrá estado un día al rojo vivo, en forma de lava y que ahora está en mi mesa, arrancada de su río, fría y sin sueños como los achacados a las mariposas, esta piedra está evidentemente en el origen de la versión soñada de sí misma. Tal como la vida misma de la vida en vela da origen a la vida en sueños. Y la inquietud de que la vida misma, a su vez, pueda ser toda ella también un sueño, ya fue ampliamente glosada por los poetas.
A esta luz y habiendo dado una vuelta por el sueño, de pronto la piedra parece otro material más de la vida, con la que se intersecta y en la que se introduce, y figura en otros escenarios, en el sueño hasta es tomada por otras manos, por mí mismo desconocidas y que apenas ya recuerdo.
Y se me ocurre todavía otra idea: que en el fondo quizá todo lo que tal vez mi sueño al tomarla y llevarla en su propio cauce, fue compensarla por el río del que la quité, el río en que era más natural que su vida transcurriese. Espero entonces que esta piedra, por haberla soñado, ya esté en paz conmigo.
“Toco esta lata”
(fragmento)
1
Pediría que el temblor de la ventana
deje salvas a las sombras
y no sean acusadas
por los secuestros de la luz
pediría que la gravedad
con que caen las piedras
sobre las hincadas frentes
ya no sea acusada de maldad
pediría que las cáscaras
de maníes y mandarinas
que ilustran los domingos el amor
de los parques en invierno
sean todas elevadas a los cielos
pediría que de cuando en vez
podamos todos cambiar de nombre
sin confundir
ni a los ángeles de la guarda
ni a ninguno de los muertos,
pediría que conozcan el perdón
todos los viejos pastizales del desierto
y que de nuevo vuelvan a llorar
todos los una vez recién nacidos
sucios de la primera sangre tan bonita
oh, les pediría el cielo a las estrellas
y que nadie llore nunca más,
que mañana las tiendas vuelvan a abrirse
y bajen los precios de las frutas.
Y pediría, también
que se cumpla ese mi deseo
que a nadie avisaré.
Ni a mí,
tampoco.