Los bloqueos que cumplieron dos semanas en las carreteras de Cochabamba, Oruro y La Paz han sobrepasado límites que toda protesta debe respetar. Lo que comenzó como una manifestación se ha transformado en una serie de agresiones contra quienes nada tienen que ver con el conflicto: médicos, periodistas e incluso pasajeros de a pie que sólo buscan cruzar las barricadas.
Esta violencia contra terceros no sólo es inadmisible, sino que también mina la legitimidad (si alguna había) de quienes afirman estar defendiendo sus derechos a través de estas acciones.
Uno de los episodios más alarmantes ocurrió cuando al menos dos ambulancias fueron atacadas este fin de semana al intentar trasladar a heridos, un acto inconcebible en cualquier contexto, incluso en situaciones de guerra, donde el personal de salud y sus vehículos son resguardados como un principio básico de humanidad. Según la ministra de Salud y Deportes, María Renee Castro, esta violencia ha llegado al punto de poner en riesgo la vida de las personas que los mismos bloqueadores, en ocasiones, dicen proteger. Es difícil imaginar cómo puede justificarse la agresión hacia aquellos que se dedican a salvar vidas, y, sin embargo, los hechos han demostrado que la empatía y el respeto han desaparecido de estos bloqueos.
Otro caso que indigna es el de la agresión a periodistas, quienes están en el lugar para documentar y dar a conocer la realidad de los hechos, no para tomar partido. Sin embargo, han sido atacados brutalmente, enfrentando piedras, dinamita e incluso amenazas de muerte.
Con esos antecedentes, ya no asombra que una veintena de policías hayan quedado heridos durante el intento desbloqueo el pasado viernes, ocasión en la que un efectivo estuvo a punto de perder una pierna a causa de un dinamitazo.
Si el objetivo de los bloqueadores es defender una causa, deben comprender que cada acto violento desacredita sus demandas y daña a la sociedad en su conjunto. Médicos, periodistas y ciudadanos de a pie agredidos, vehículos quemados... sólo deslegitiman las protestas.
Los bloqueos son de por sí un acto de fuerza; sin embargo, cuando se transforman en una amenaza directa a la integridad física de la población, cruzan una línea que la sociedad no debería tolerar. La protesta es un derecho, pero la violencia es un acto de abuso. Las comunidades y los ciudadanos ajenos al conflicto también merecen vivir y transitar en paz.
Es momento de hacer un llamado a la cordura, de recordar que el respeto mutuo es la base de toda sociedad civilizada. Que las demandas no se pierdan en la violencia y que no olvidemos que, por encima de cualquier conflicto, está el derecho a la vida y la dignidad de todos.