Ayer, 20 de noviembre, se celebró el Día Mundial de la Infancia. Los motivos de esa conmemoración tendrían que motivar una serena reflexión acerca del impacto futuro de nuestras interacciones con los niños.
Como lo publica la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en su sitio web, esa fecha está dedicada a la infancia “en conmemoración de los aniversarios de la adopción de la Declaración Universal de los Derechos del Niño (1959) y la aprobación de la Convención de los Derechos del Niño (1989).
Esta Convención, la más universal de los tratados internacionales, establece una serie de derechos para los niños y las niñas, incluidos los relativos a la vida, la salud y la educación, el derecho a jugar, a la vida familiar, a la protección frente a la violencia y la discriminación, y a que se escuchen sus opiniones.
Todos los miembros de nuestra sociedad —padres y madres, personal docente y sanitario, dirigentes gubernamentales, líderes religiosos, personalidades de la política, el mundo empresarial, la sociedad civil y los medios de comunicación— desempeñan un papel clave en el bienestar de la infancia”.
En ese marco, el Estado Mundial de la Infancia 2024, que cada año publica el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef por sus siglas en inglés), constata que “las tendencias demográficas actuales determinarán las futuras características de la población. El carbono expulsado hoy a la atmósfera definirá el clima del mañana. Las tecnologías que hoy desarrollamos y controlamos no solo influirán en la forma de aprender, trabajar y comunicar de las futuras generaciones, sino también en el bienestar de la infancia durante las próximas décadas”.
Sobre la base de esas “megatendencias o grandes fenómenos mundiales y a largo plazo que tendrán importantes efectos sobre las vidas de los niños y niñas de aquí a 2050, el informe de Unicef plantea dos preguntas: “¿Cuál es la mejor manera de lograr un futuro donde todos los niños y niñas disfruten de sus derechos? ¿Cómo podemos construir un mundo donde todos puedan sobrevivir, prosperar y desarrollar plenamente su potencial?”.
Si bien se trata de cuestiones que, en principio, se dirigen más a las instituciones públicas y privadas vinculadas con la infancia, sirven también para cuestionarnos acerca de nuestras actitudes y acciones personales.
“Necesitamos entrar al corazón de cada madre y cada padre y de alguna manera generar una conciencia pacifica en el interior de cada hogar”, reflexionaba ayer la directora de Género y Generacional de la Alcaldía de Cochabamba.
Y tiene razón esa funcionaria, pues es en el hogar donde se construyen las estructuras afectivas y de personalidad que harán de los niños de hoy los adultos felices y responsables de mañana.