En la novela por entregas del MAS, el capítulo del fin de semana sumó a dos personajes: un presidente con aires de triunfador compartiendo anuncios alentadores con los empresarios del sector productivo cruceño y un Evo Morales en repliegue, pero con la intención de mostrarse, a pesar de los fallos constitucionales y de los “antecedentes” personales, como el líder de un bloque popular que parece haber perdido el libreto.
Morales sabe que Luis Arce no ha conseguido o sabido convertirse en la cabeza del proyecto político. Lo intentó y lo intenta, sin duda, tal vez ahora moviendo con más habilidad las piezas del ajedrez del poder para construir el jaque a su adversario, pero en un momento económico que no da para ser el gestor de una suerte de “renacimiento” del masismo.
En los últimos quince días los operadores políticos del presidente han trabajado mucho mejor que los de Evo Morales, al extremo que la mayoría de los leales al exmandatario están presos o clandestinos, sin que nadie se haya realmente tomado la molestia de reclamar por ellos.
Acaso el símbolo más acabado de todo esto sea el exministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, quien “desde algún lugar del país”, difunde videos lastimeros e inefectivos. El mismo que deseaba la muerte de los opositores y que esperaba verlos “comidos por los gusanos”, ahora se dice víctima de los abusos del arcismo.
A Morales solo le queda, aunque por muy poco tiempo, la Asamblea como el espacio para practicar la política extorsiva. Y tal vez por eso se haya reunido el fin de semana con el presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, el último aliado de importancia que le queda.
Rodríguez es todavía el operador principal del expresidente en la Asamblea Legislativa Plurinacional, el perfil que reúne los mejores atributos para lograr la unidad del partido hacia las elecciones de 2025, el sucesor natural en el liderazgo social/cocalero y, por tanto, la ficha definitiva que, si bien no asegura la victoria de Morales, al menos confirma la futura derrota de Arce.
Lo más probable es que Morales desista de su idea de ser el candidato. El fallo constitucional que le cierra todos los caminos es la justificación legal, pero hay un argumento ético y moral contra el que el exmandatario no puede hacer absolutamente nada: las denuncias de estupro y trata de personas que penden, como una espada de Damocles, no solo sobre su presente, sino sobre su historia.
De hecho, esas denuncias y el proceso al que dieron lugar en la Fiscalía de Tarija son los elementos que limitaron cualquier posibilidad de fortalecimiento del evismo, y los bloqueos de 24 días quedarán seguramente como una de las movilizaciones más costosas de las últimas décadas y, al mismo tiempo, como la única sin una verdadera causa “social o política”, precisamente porque fue concebida exclusivamente para distraer la atención de los delitos.
La disputa interna dejó al MAS sin líder y, por lo pronto, sin candidato, aunque formalmente la jefatura le corresponda legalmente a un dirigente casi anónimo. Morales ya es parte del pasado, cada vez menos heroico, por las razones que se conocen y Arce consiguió una victoria pírrica, algo de oxígeno para tomar decisiones de gobierno, pero difícilmente para reanimar una candidatura fatalmente agobiada por el peso de la crisis económica.
Lo que dejan estos tiempos de pelea es a dos personajes que se tambalean patéticamente sobre el ring, y una tribuna partidaria desalentada que todavía no encuentra al nuevo ídolo que le devolverá la euforia. Ni jaque, ni mate, solo un tablero de fichas desordenadas en el que, por ahora, no se sabe cuál será la próxima jugada. Un partido en busca de guion.