Evo Morales gobernó casi 14 años y quiere ir por más, aunque en ello se lleve al partido y quiebre la unidad que fue característica —aparente— del MAS a lo largo de sus más de dos décadas de historia. Para Morales, la presidencia de Luis Arce era un accidente, necesario, en su retorno tras la huida a México y Argentina en 2019, pero las cosas no siempre salen como se planean, sobre todo cuando de por medio está la más frecuente de las pasiones políticas: la ambición.
A todo el mundo le seduce el poder, desde las cosas más simples como el automóvil de lujo con chofer a la puerta, la nave de seguridad con motociclistas y guardaespaldas armados, los viajes oficiales, los homenajes, las ceremonias en las que los leales “besan la mano” de los ungidos, y hasta el palco especial para presenciar el fútbol, mientras el pueblo se aprieta en las graderías.
Y están también los beneficiarios directos, aquellos que después de un año o un poco más, sienten que la renovación es importante e irreversible, aunque sólo sea para que los anteriores no vuelvan e importunen ese momento tan parecido a la gloria de disfrutar de un trabajo seguro por 5 o quizá 10 años, con todos los privilegios a la mano. No, de ninguna manera: dejar eso, sería arriar las banderas de una revolución con nuevos matices y protagonistas y permitir que los otros, esos que espían desde la ventana, regresen a los espacios que ya disfrutaron.
La disputa entre Morales y Arce no tiene que ver con una diferencia de visión sobre lo que debe hacerse en el país. En el fondo ambos pensaron y piensan lo mismo, sólo que el primero lleva la ventaja de haber sido el abanderado original y, por lo tanto, el gestor de los primeros cambios, aunque el segundo insista en que si hubo prosperidad y bienestar fue porque le tocó en suerte administrar la economía en tiempos de bonanza.
Si se analiza con cierto rigor, salvo por el intercambio de denuncias de corrupción, narcotráfico y otras lindezas, no hay nada en la narrativa —vuelve la palabrita esa— de ambos que los distinga, a no ser el enfoque personal de algunos proyectos y/o negocios como el del litio, por ejemplo, u otros parecidos donde lo que vale son los intereses y la porción del pastel antes que el decorado ideológico.
Lo grave es que el pleito arrastra a otras instituciones o lo que queda de ellas e incluso pone en riesgo la estabilidad económica y social del país. Los problemas en el Tribunal Constitucional y en la propia justicia son resultado de las presiones que ejercen ambos bandos para conseguir sus fines y la desatención de la crisis es consecuencia de que el foco no está puesto en la administración del Estado, sino en la de los tiempos políticos y personales.
Morales, Arce y sus respectivos cortesanos tienen responsabilidad sobre las turbulencias que afectan al país y que, como muchos lo ven, comprometen el futuro.
Lo que ambos parecen desconocer o evitan mirar es que la “batalla” por el poder puede convertirse en realidad en una pelea por quién se lleva más o menos migajas.