Hace unos 35 años, cuando era un bisoño reportero en el desaparecido periódico El Siglo, de Potosí, me tocó entrevistar a un dirigente del entonces recién aparecido “transporte libre” que anunciaba la ejecución de bloqueos por alguna o algunas demandas de las que ya no guardo memoria.
Para entonces, y pese a mi inexperiencia, ya me había dato cuenta de que los bloqueos eran medidas estúpidas porque no afectaban directamente a las autoridades a las que se reclamaba y siempre encontraban la manera de proseguir sus actividades, sino a la gente común, al ciudadano de a pie, que es el que utiliza el transporte público.
Los bloqueos de caminos son todavía más imbéciles porque su primer efecto es cortar la comunicación entre las ciudades. En estos casos, los más perjudicados son los económicamente débiles, aquellos que no pueden pagar un pasaje de avión, así que deben viajar por carretera. Las autoridades a las que se quiere presionar incluso tienen transporte aéreo privado. El asunto de la paralización del aparato productivo es todavía más serio porque el dañado no es el Gobierno, sino el país.
Con esos argumentos, le pregunté a ese dirigente, cuyo nombre de pila era Betto, si es que no se podía buscar otra manera de presionar a los gobernantes, sin perjudicar al ciudadano promedio. “No pues —me respondió—. No sabemos hacer otra cosa”.
Agradezco hasta hoy la sinceridad de Betto, que falleció hace varios años, porque me dio las bases sobre las que construí mi visión sobre los bloqueos. Mi conclusión es que, por una parte, son el reflejo de la incapacidad de los dirigentes que, en efecto, no saben hacer otra cosa; pero, por otra, muestran exactamente lo contrario: dirigentes muy hábiles pues han encontrado una manera de procurarse ingresos eventuales. ¿Cómo? Muy fácil: los bloqueadores suelen cobrar “peaje” o recibir algún otro tipo de beneficio económico para levantar los bloqueos, por lo menos temporalmente. Es como si nos apretaran el cuello, ahogándonos, y aflojan un poco la presión cuando les pagamos.
Bolivia lleva décadas afectada por los bloqueos y, si alguien haría un cálculo científico sobre las pérdidas que eso le ha ocasionado al país, encontraría una cifra astronómica y una de las causas de nuestro retraso.
Por eso debemos condenar los bloqueos y dejar de tolerarlos. Es inaudito que, usando el pretexto de los “autoprorrogados” y la crisis económica, los “evistas” nos hayan bloqueado y ahora amenacen con volverlo a hacer.
Se habla de aprobar una norma que penalice los bloqueos, pero nos olvidamos que ya existe normativa al respecto, incluso en la Constitución. El problema es que los gobiernos no aplican esas normas. Por estas, los bloqueos son delitos y quienes los ejecutan son delincuentes. Los gobiernos que los toleran son cómplices y encubridores.